Francisco Echevarría

Navidad: ¿algo mejor que ofrecernos?

La tribuna

Nos negamos a renunciar al ideal de un mundo en el que todos se sientan hermanos por encima de las diferencias de raza, sexo, cultura, ideología...

Navidad: ¿algo mejor que ofrecernos?
Navidad: ¿algo mejor que ofrecernos?

En Navidad celebramos el nacimiento de Cristo. Es una fiesta cristiana. Pero ahora se está poniendo de moda celebrar otra cosa y, por ello, algunos no dudan en darle otro nombre y otro contenido. Por eso, creo oportuno aclarar qué es lo que realmente celebramos, es decir, cuál es el sentido que para nosotros tienen estas fiestas. Porque ocurre en estos asuntos que una cosa es la fiesta y el modo de celebrarla y otra el contenido. Ofrezco esta reflexión sobre lo que considero lo esencial, el alma de la Navidad, para que aquellos que intentan borrar la memoria de la misma sepan a qué están volviendo la espalda.

Un dato de experiencia: los hechos tienen el valor del sentido que les damos. Así ocurre cuando el enamorado regala un ramo de flores a la amada. Si alguien rechaza un ramo de flores o lo desprecia, rechaza o desprecia el amor de quien lo envía. Pues bien ¿cuál es el sentido que los cristianos damos a la Navidad? No se trata sólo de festejar un hecho del pasado. El nacimiento de Cristo es para nosotros un signo del amor absoluto porque es absolutamente gratuito. "Tanto amó Dios al mundo -dice san Juan-que le entregó a su propio Hijo, a su único Hijo". Pero además, ese Hijo de Dios, que pasó por el mundo haciendo el bien, nos dijo que todos somos hijos de Dios y, por tanto, hermanos. Más aún, nos dijo que sólo amando al hermano se puede corresponder al amor del Padre.

Celebrar la Navidad es celebrar el amor como fundamento de todo. Si nos resistimos a borrar la Navidad es porque nos negamos a renunciar al ideal de un mundo en el que todos se sientan hermanos por encima de las diferencias de raza, sexo, cultura, ideología...; Un mundo en el que el ser humano, sobre todo el más débil, sea lo primero; en el que sea el bien de las personas -y no el poder o el beneficio económico- el criterio para tomar las decisiones; en el que las armas se funden para construir camas de hospital, utensilios de trabajo, pupitres... En definitiva: un mundo en el que cada ser humano es consciente de su propio valor y del valor de los otros. Desde el cielo no se ven las fronteras. Desde el cielo la tierra es una. La Navidad es una invitación a mirarnos desde las estrellas. Quienes atacan la Navidad ¿tienen algo mejor que ofrecernos?

Pero hay más. La Navidad es una invitación a contemplar el misterio de la Palabra hecha carne. Al mirar a nuestro mundo y contemplar el olvido de Dios y su rechazo por parte de algunos, es inevitable preguntarse qué le ocurre al hombre de nuestro tiempo para que prefiera ponerse de espaldas a la luz; qué encuentra en el olvido de Dios más ventajoso para sí que la fe en el que es amor, vida y luz. Porque no hablamos de un dios terrible o caprichoso, injusto, amenazante y celoso como lo entendían las mitologías. Hablamos de un Dios amigo de la vida, creador, padre, salvador, puro amor.

Tal vez la parábola del hijo pródigo sea la respuesta más cercana a la realidad. El joven vive feliz en la casa paterna, pero se cansa de ser hijo y, seducido por un espejismo de libertad, piensa que es hora de vivir a su aire. Al final de su aventura comprende que no es ni más libre ni más feliz. Posiblemente sea ése el trasfondo del olvido de Dios en nuestra sociedad y en nuestro mundo. Seducidos por nuestra capacidad, pensamos que Dios es un supuesto innecesario. Lo que es aceptable como opción metodológica cuando se trata de la ciencia, puede ser un terrible error como postura existencial porque deja sin contenido el sentido de la vida. Si vivir es una pausa entre la nada y la nada ¿para qué vivir?

Cuando el no creyente dice: "¡Dios: no te necesito!", Dios responde: "Tampoco yo a ti, pero te amo". Volver el corazón a Dios viene a ser lo mismo que ponerse de cara al amor. En estos tiempos de confusión, necesitamos repensar la postura ante Dios. La aventura del alejamiento no ha conducido a un mundo más feliz y humano. Necesitamos a Dios, aunque él no nos necesite a nosotros. La increencia nos ha hecho revisar muchas cosas a los creyentes. Ahora les toca a los no creyentes revisar sus planteamientos y superar sus propios dogmatismos. Unos y otros necesitamos comprender que la verdadera sabiduría es la que brota de la duda y que las certezas son más semilla de fanatismo de que verdad. A los seres humanos, sólo nos queda la búsqueda y el esfuerzo por alcanzar algo de la Verdad. Posiblemente un día comprendamos que estamos más cerca de lo que creemos: los no creyentes nos pueden ayudar a precisar lo que afirmamos; los creyentes, por nuestra parte, podemos ayudarles a precisar lo que niegan. Feliz Navidad.

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