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La imagen del ex secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, ingresando este lunes en prisión, sólo deja al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, una salida: poner fin a esta legislatura de la manera más digna posible, si es que a estas alturas existe dicha posibilidad. Alargar este mandato aferrándose a un pacto casi diabólico con la izquierda más radical y los independentistas vascos y catalanes sólo empeorará su situación y, lo que es peor, la del país en su conjunto. Si sus socios de investidura aún no lo han dejado caer es porque son conscientes de que no se verán en una situación tan ventajosa para exprimir al Estado en adelante. Pero este apoyo oportunista no puede servir de excusa al presidente para no someterse, al menos, a una cuestión de confianza. Con ello sólo demuestra que no está seguro de que pudiera salir victorioso de la misma.
Sánchez pudo y debió destituir a Cerdán hace tan solo seis meses, cuando estalló el caso Koldo, y no lo hizo. Tampoco ha llegado a explicar nunca por qué destituyó al ex ministro de Transportes, José Luis Ábalos, quien fuera su mano derecha. Son muchas preguntas a las que todavía no ha respondido el presidente y que merecen una aclaración ante la opinión pública. La petición de perdón parece a todas luces insuficiente y la comparación con las corruptelas de su rival tampoco le servirán de mucho, puesto que corresponden a un tiempo pasado y el PP ya pagó en las urnas por sus desmanes. El juez del Tribunal Supremo ha situado a Cerdán en la cima de una organización criminal que salpica de lleno al partido y ahora de poco sirve decir que el ex secretario de Organización ya no pertenece al PSOE, como ha dicho la vicepresidenta del Gobierno, María Jesús Montero, al intentar desmarcarse sin éxito de quien hasta hace bien poco era su compañero de filas. Si Sánchez no quiere dilapidar el poco crédito que todavía le resta sólo tiene una opción: asumir su responsabilidad.
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