Violencia y juventud

Es fácil banalizar la violencia extrema cuando se está acostumbrado a disfrutar viendo palizas u otros actos deleznables en la televisión o la 'tablet'

Ciudadanos de toda España se han manifestado en la calle para protestar contra el asesinato del joven Samuel Luiz en La Coruña el pasado sábado, que murió a consecuencia de las heridas provocadas por una paliza que le propinó un grupo de jóvenes. A espera de que la Policía confirme definitivamente el móvil del espeluznante crimen, muchos indican que el motivo fue la condición de homosexual de la víctima, por lo que estaríamos ante un nuevo caso de homofobia, una lacra social que, pese a los muchos esfuerzos realizados en los últimos años, aún persiste. Pero, más allá de las causas concretas de este lamentable caso, habría que hacer una profunda reflexión sobre las conductas violentas que a veces se observan entre los más jóvenes. Resulta extraño que generaciones que no han vivido ninguna guerra -o quizás por eso-, que lo han tenido casi todo, se comporten muchas veces con distintos grados de violencia colectiva. La inmensa mayoría de las veces, afortunadamente, no llega a los extremos de los vistos en el caso del joven Samuel (la narración de los hechos produce escalofríos), pero sí se observan continuos casos de violencia de baja intensidad que van desde los actos de vandalismo urbano (el destrozo del mobiliario urbano, patrimonio histórico o bienes públicos en general es continuo) hasta peleas callejeras sin más motivos que la pura diversión o amparándose en causas baladíes como el fútbol. ¿A qué se debe este nihilismo juvenil? Bien es cierto que, como norma general, la juventud, por un principio biológico, tiende más a conductas agresivas que la senectud, pero llama especialmente la atención esta violencia sin causa. Probablemente haya que buscar las raíces en la educación, tanto escolar como familiar, que en España sigue siendo una asignatura pendiente. Aparte habrá que preguntarse por qué llevamos décadas permitiendo que nuestros jóvenes consuman continuamente un ocio audiovisual (películas, series, videojuegos, etc...) donde la violencia extrema es una constante. Es fácil banalizar la violencia cuando se está acostumbrado a disfrutar viendo palizas en la televisión o la tablet. Y después vienen las consecuencias.

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