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Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Ayer, sin ir más lejos, escuché a un señor en el autobús preguntándose a voz en grito: - Pero, ¿cuándo vamos a dejar de hablar de aranceles y volver a lo normal? - no sé qué opinión política tenía ese hombre, ni lo ilustrado que estaba en materias económicas, pero era evidente que estaba harto de escuchar hablar de las cosas de Trump, “cosas” que le generan miedo. Yo intento evadirme del recelo que se infiltra a través de los titulares para decidir si los aranceles son tan malos como parecen, incluso dilucidar si es mejor o peor poner barreras al libre comercio; es más, confieso que ya hace tiempo concluí que el libre comercio y el crecimiento ilimitado y, por ende, el cambio climático, estaban íntimamente vinculados. Ahora ya solo sé que no sé nada, el ruido que genera el fascismo propagandístico y las borricadas del presidente estadounidense hacen que toda convicción tiemble, pero como ya he escrito antes, igual mirando con calma concluyamos que estamos ante una gran oportunidad.
Desde que el presidente Donald Trump fanfarronea con su guerra contra los supuestos saqueadores del comercio yanki, hemos descubierto un inusitado patriotismo en los gobiernos de todo el planeta, que manifiestan su intención de combatir duramente para defender el empleo y la prosperidad; sin embargo, la pugna arancelaria sólo refleja una batalla capitalista, en la que un grupo de magnates están jugando una partida contra otros grupos económicos, intentando tener la sartén por el mango para negociar y mantener sus privilegios. Es puro imperialismo económico, y vamos a salir perdiendo los mismos de siempre, la clase trabajadora.
Esta situación nos permite ver “las costuras” de las reglas del comercio internacional, reglas que solo blindan el intercambio del capital y muy poco las necesidades reales de la gente. Por otro lado, el relincho arancelario también evidencia cuán frágiles son nuestros sistemas de producción y distribución, excesivamente dependientes de procesos y sistemas industriales que no controlamos. La normalidad es lo que ahora ocurre, sigue ocurriendo, de manera más o menos publicitada, y es controlar los mercados de manera agresiva, inventando guerras si es preciso. Esta normalidad es la que mantiene desde hace siglos una distribución desigual de la riqueza y una pobreza estructural en un mundo doliente.
Estamos ante una oportunidad política histórica, replantear el sistema en claves diferentes.
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