“Verde, que te quiero verde...”

Verde, que te quiero verde/ Verde viento. Verdes ramas./ El barco sobre la mar/ y el caballo en la montaña”, escribía Federico García Lorca. Hace unos días mi querido compañero, hace muchos años en la radio, casi siempre en la prensa – también desde hace largo tiempo - y ahora vecino de página de opinión, José María Segovia, se ocupaba en uno de sus artículos de la Huelva verde. Evocaba otros tiempos más o menos afortunados en materia de parques y jardines de la capital, si exceptuamos aquella esplendorosa época en que las calles y plazas onubenses se llenaron de naranjos lo que la dotó y exornó de un aspecto urbano más grato y placentero para la ciudadanía choquera. Sin embargo, afirmaba mi entrañable colega: “No era Huelva una ciudad de muchos jardines y si de espacios bien soleados y calurosos en verano”.

Pero José María confía, y estoy de acuerdo con él, que “nos ha llegado un entrañable período de tiempo en que Huelva se remoza”. Y efectivamente parece que Pilar Miranda, nuestra alcaldesa, empeñada en el bienestar y disfrute de los servicios municipales adecuados a las necesidades de la ciudadanía, tras un periodo anodino, incompetente y de escasa actividad urbana, está dispuesta, entre otras acertadas determinaciones – la declaración de interés social del Cabezo de la Joya, apoyada por el pleno municipal es un capítulo muy importante de esos logros – a dotJar a la ciudad de parques y jardines que proporcionen a la urbe, con carencia evidente en este capítulo, de esa profusión verde que embellezca Huelva, que queremos más hermosa y fragante. A mi también me parece que todos los árboles que puedan plantarse en nuestra capital, siempre serán pocos.

Siempre abogamos en nuestros comentarios por una repoblación necesaria de árboles u otro tipo de ornamentación floral ya que más de una vez se han acometido desmanes contra nuestro patrimonio forestal que también ha afectado a la capital. Con el pretexto de nuevas urbanizaciones que muchos municipios otorgan con sospechosa prodigalidad y cuando sus aparentes protectores, ecologistas de turno, elevan sus protestas, ya es demasiado tarde y los desalmados depredadores han perpetrado sus indeseables fechorías.

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