Antonio Carrasco

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Lo que de verdad importa

A 3 de enero ya nos hemos saltado la mitad de las promesas de fin de año así que no se lo tomemos a mal a los políticos

Llega un nuevo año y volvemos a los rituales clásicos. Quien más y quien menos ha hecho una amplísima lista de propósitos quiméricos, realistas o populistas con los que afrontar este 2022 del que no nos fiamos pero que promete mucho y más que lo va a hacer. Después del palo del 20 y la decepción final del 21 es normal que tengamos las orejas tiesas ante el que arranca. El que pone cara y nombre a estas letras hizo su particular ejercicio de reflexión mientras sonaban las campanadas. La verdad es que si cumplo la mitad ya habré hecho más de lo habitual. Pero bueno, al final son las que uno se hace así mismo y esas no cuentan. Las importantes las vamos a leer y escuchar a decenas en los próximos meses.

Va a ser éste al que le quedan 362 días un ejercicio para hartarnos de promesas. De esas de las que de verdad importan, las que nos van a cambiar la vida (al menos es lo que nos van a vender). ¡Vuelven las elecciones! Casi nos habíamos olvidado de ellas en los dos últimos años y eso que llevábamos un ciclo interminable con repeticiones incluidas. Con el Covid-19 solapando cualquier gestión y la oposición en todas las administraciones despistada por lo anómala de la dramática situación, prácticamente no pasó nada durante meses a nivel político más que el tiempo. Prueba de ello es que el mayor desgaste de nuestra clase dirigente ha sido interno. Y eso dice mucho.

Tendremos autonómicas en cuestión de meses y con ellas comenzará a rodar de nuevo toda la maquinaria. Arrancará el ciclo de renovación institucional. Las Generales llegarán en cualquier momento y las municipales se vislumbrarán ya en el horizonte. Nos van a prometer tanto que vamos a no saber digerir tanto agasajo.

Preparen sus libretas para apuntar kilómetros, autopistas, desdobles, ampliaciones, estaciones, ayudas, inversiones, aeropuertos, extensiones y exenciones. Nuestras primeras horas del año se quedan en nada. Porque llega un momento en que ni siquiera se trata de prometer mejor, sino de ver quién promete más. Todo un festival de generosidad. Menos mal que el papel lo aguanta todo. Lo que pase tras las urnas ya no será culpa suya sino de la herencia que nunca falla. Aplicable a cualquier color.

Después de todo tampoco se lo podremos tomar a mal porque a 3 de enero ya nos hemos saltado nosotros mismos la mitad de los propósitos con los que brindamos el pasado 31 de diciembre (me había propuesto no mencionar la lejía).

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