Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Con base en el ideario ilustrado, la tradición que llamamos progresista incluye en parte a figuras que desconfiaron abiertamente del progreso. No todos los pensadores que en el XIX afrontaron la cuestión social atendiendo a las reivindicaciones de las clases populares, aunque vinculados por intereses comunes, siguieron caminos similares en su impugnación del orden capitalista. Sumado a la escuela libertaria, hubo un socialismo no marxista que renegaba de la civilización moderna, contemplaba con horror las consecuencias de la Revolución industrial y se inspiraba en una visión idealizada de los gremios medievales. A ella perteneció William Morris, precursor de la conciencia ecológica y compañero de viaje de los prerrafaelitas, que aunó el esteticismo con la agitación política desde una originalísima perspectiva con antecedentes desde Blake a su maestro Ruskin. Esta línea fue desdeñada por los apóstoles del socialismo supuestamente científico, pero ha resultado ser clarividente en lo que se refiere a la deshumanización derivada de la técnica. El ideario radical de Morris puede parecer ingenuo, como las propuestas de los socialistas utópicos o en otra línea el distributismo, asimismo medievalizante, de Chesterton y Belloc, pero su crítica a la superproducción de artículos innecesarios, su defensa del trabajo como una forma de realización asociada a la felicidad –imposible de cumplir cuando se lleva a cabo en condiciones de sumisión o esclavitud– o su temprana denuncia de la conversión del arte en mercancía, no han perdido vigencia y permiten calificar al ensayista como un observador no sólo comprometido, sino también lúcido y hasta visionario. Nuestro mundo tiene ya poco que ver con la Inglaterra victoriana, pero cuando habla de la restauración que desnaturaliza los monumentos antiguos, de la fealdad que arrasa las ciudades o destruye los espacios naturales, de la paradójica pobreza provocada por la abundancia, de los estragos causados por las minorías especuladoras, de la devaluación de los oficios artesanos o de la profusión de innobles sucedáneos –palabra clave en su filosofía– que sustituyen a los bienes genuinos, el antimoderno Morris está tratando de temas que no han dejado de ser actuales. Quizá sus modos y preocupaciones nos quedan muy lejos, pero su discurso sigue siendo inspirador a la hora de detectar la estafa de los tecnócratas que en nombre del progreso aspiran a la dictadura perfecta.
También te puede interesar
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática
El mundo de ayer
Rafael Castaño
El grano
Quizás
Mikel Lejarza
23:59:59