
Desde la Ría
José María Segovia
Por una Huelva verde
Hoy, Domingo de Resurrección, es un buen día para soñar lo imposible. ¿Acaso no es imposible que resucite un muerto en cuerpo y alma? La locura de la cruz dando paso a una propuesta de fe que trasciende nuestro machacado cuerpo mortal, algo que, como dice el Vaticano cuando fallece un papa, nos hace retornar a la casa del Padre, de donde salimos. Vivimos de prestado (no hemos elegido nacer, ni dónde, ni cuándo, ni nuestras circunstancias familiares), nuestro camino tiene un inicio y un final, eso es lo único seguro. Esos condicionantes, iguales a todos los seres humanos, deberían ser suficiente evidencia como para no darle demasiada importancia a los bienes acumulados en nuestro paso terrenal.
Se dice que cuando uno se ha mudado mucho (el que suscribe, también) aprende a desprenderse de muchas de las cosas que acumulamos, hartos de cargar con cajas y cajas de objetos que no necesitamos. Y, a poco que nos paremos, la vida no es más que una permanente mudanza por las distintas etapas vitales: infancia, juventud, madurez, vejez, siendo tan sólo necesario quedarnos con la experiencia y tomando lo necesario cada vez. No entiendo el afán de acumular, máxime cuando se trata de dinero, posesiones, poder, en gente de toda condición, pero, sobre todo en los de edad avanzada. Nada te lo llevarás cuando mueras, porque, al final, la tierra es leve para todos. Ya lo dicen los Salmos y los Evangelios: no acumular bienes terrenales, ni vivir obsesionado con el dinero, ni por el agobio de no tenerlo, ni por la ambición de adorarlo en exceso.
Ya puestos a soñar lo imposible, pongamos nuestra energía en llenar las cuentas corrientes de fe, la gran paradoja de nuestro tiempo, eso que no se ve pero que es lo único real. La fe en que nada es seguro, que no podemos controlarlo ni asegurarlo todo, y que, cuando más falta hace o menos se espera, siempre aparece para proporcionarnos lo que necesitamos para vivir dignamente y, lo que es más importante, para darnos el impulso de trabajar para hacer que los demás también puedan vivir dignamente, especialmente quienes menos oportunidades tienen, los que sufren y los desahuciados de esta vida de supuesto éxito perenne. Parece un sueño, pero hay gente que, dos mil años después, sigue trabajando, desde la cruz a la resurrección… de los que más lo necesitan. Una locura para unos, una necedad para otros, igual de necesaria, ayer, hoy y siempre.
También te puede interesar
Lo último