
Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Sin cortafuegos ni cabezas de turco
Cuando vemos en apenas seis años, cómo ha cambiado el perfil electoral de los votantes en la UE, cuesta trabajo entender el empecinamiento de nuestro Gobierno por mantener una tendencia de gestión sostenida por minorías antisistema e independentistas irredentos, insolidarios y voraces en sus contrapartidas por el apoyo para el mantenimiento del Poder.
En estos años, el socialismo en Europa, ha pasado de una posición cómoda y cercana a los populares a una situación de claro descenso que ha generado un cambio de rumbo con disminución notoria de miembros en el Consejo Europeo, todo ello se ha confirmado en las recientes elecciones celebradas en Portugal.
Por ello, diga lo que diga y por mucho que pretenda el señor Sánchez, presentarse como muro de contención frente a la derecha radical, debería pensar -y no le faltan asesores- que esa toma de posición y su cercanía sumisa a la izquierda extrema, no genera “progreso” alguno sino más confrontación y cada vez parece estar más claro que el éxito electoral de los conservadores -que también deben entenderlo- no es, ni debe ser, un giro hacia el extremismo sino un posicionamiento contra un socialismo fracasado en la mayoría de países de la UE.
Si quitamos a España y Dinamarca, a los que se suman Chipre, Lituania y Malta, las dos primeras con Presidentes independientes y los daneses gobernados por apoyos liberales, nos encontramos que España se sostiene gracias a una coalición contra natura entre socialistas, comunistas, nacionalistas ultraconservadores e independentistas, con lo que solo podremos concluir que nuestro Presidente, opta exclusivamente por su estancia en el Poder para lo que necesita un ejercicio de equilibrio permanente ante las demandas de sus asociados, una necesidad casi patológica de victimizarse al mismo tiempo que exige lealtades inquebrantables porque lo importante, para él no es gobernar sino “estar” en el Poder. Ello explica, que en relación a la UE, se resista a la aplicación de la reforma electoral europea que obliga a países como España a fijar un mínimo porcentaje de voto para obtener representación en el Parlamento Europeo y que al situarse alrededor del 5% dejaría fuera a varios de sus socios. Si a ello, unimos los problemas internos que le van arrinconando, podremos entender cómo sus aspiraciones de liderazgo frente al crecimiento de los conservadores se vaya transformando en ¿penosa? “soledad sobrevenida” con pérdida del protagonismo y repercusión negativa para los intereses de España en el ámbito geopolítico, sin entrar en el constante deterioro de las políticas públicas y de servicio cara al bienestar de los españoles y, por supuesto, no podemos aspirar a un gesto ético como el del socialista portugués Nuno, ni convocatoria electoral alguna.
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