Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
últimamente me acuerdo mucho de la curiosa historia de Benjamin Button, aquel hombre que nació viejo y fue rejuveneciendo hasta morir siendo un bebé. Es un cuento escrito en 1922 por F. Scott Fitzgerald, breve pero afilado, con un tono irónico y crítico hacia las convenciones sociales. Una fábula que juega con lo absurdo, pero también con la incomodidad de quienes no encajan en el molde del tiempo que nos impone la norma.
Pienso que las mujeres deberíamos tener el derecho a vivir así, como Benjamin; nacer sabias, sin estar poseídas por ese cóctel bioquímico que hace que todo gire en torno a buscar una pareja y tener la aprobación de los demás: gustar, seducir, agradar y encajar sin pensar en nosotras ni en lo que realmente queremos. Fuerzas invisibles que nos arrastran durante años y nos empujan a perseguir una misión trazada por la biología: tener hijos y garantizar la perpetuación de la especie, siguiendo mandatos que nunca nos cuestionamos. Pero de esto, una se da cuenta, con suerte, a los 40 años, cuando la energía no es la misma y sufres atormentada por el resultado de esos impulsos. - No, yo no me arrepiento de nada-: ¡Y un pepino! Mientes como una bellaca, y lo sabes.
A partir de los 40, muchas mujeres experimentamos una transformación profunda: nos sentimos más conectadas con nosotras mismas, más fuertes y más centradas. La ciencia lo respalda: la mayoría afirma tener más autoconfianza, mayor claridad mental y hasta una energía renovada para afrontar nuevos retos. Sin embargo, mientras internamente florecemos, externamente comenzamos a desaparecer del radar social: nos volvemos invisibles, ignoradas por la moda, los medios, el mercado laboral y las narrativas dominantes sobre lo que una mujer “debería ser”. Es el gran contrasentido: cuando más poderosas nos sentimos, menos se nos ve; por favor, que alguien reprograme nuestra existencia. Una superheroína no necesita capa, pero sí espacio. Y ese, todavía, hay que conquistarlo.
Barbara Taylor Bradford publicó su primera novela, A Woman of Substance, con 46 años y vendió más de 90?millones de libros. Kathy Bates alcanzó el éxito cinematográfico con Misery a los 42, ganando un Óscar que consolidó su carrera. Barbara Hillary, a sus 75 años, fue una de las mujeres más viejas en llegar al Polo Norte, y luego, a los 79, al Polo Sur: la primera mujer negra en lograrlo.
Ya no buscamos gustar. Ahora queremos estar. Habitar nuestro cuerpo, nuestro tiempo y nuestras decisiones con la calma de quien ya no necesita permiso. Porque crecer, al final, también es rebelarse. ¡Feliz jueves!
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