
Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Sin cortafuegos ni cabezas de turco
Se acerca Pentecostés. La primavera ya es un canto de júbilo pleno con acento mariano. Todo tiene un nombre lleno de gracia que cubre la brisa marismeña de esta Huelva única y rendida en devociones.
El sol, la luna, las estrellas, el mar, el arroyo, los pinos, el camino de las arenas candentes, el aroma del campo, la brisa… todo se une en un sentimiento con nombre de amor. Es Ella, que anuncia su llegada de gozo y éxtasis. Es Ella, que llama a sus hijos a que levanten el Simpecado de la Hermandad, y entre salves y expresiones de devoción, emprendan la partida hacia un reino azul, inmaculado, esperado durante todo el año para desatar, ahora, con fuerza, los lazos de la alegría al encontrarnos con su rostro inolvidable, al son de un tamboril, con el monótono tocar de un eco que se acompaña con los sonidos de una flauta que gime de entusiasmo en un milagro hecho realidad.
Dentro de pocos días todas las sendas de Andalucía se van a llenar de largas caravanas que en peregrinación confluyen en una casa grande, blanca, de bellos campanarios, donde anida esa Blanca Paloma que es la expresión viva una Madre a la que llamamos Rocío.
Qué bello rumor con el que se despiertan nuestros pueblos al son lento, pausado, con ese ritmo ancestral de un tamboril que nos anuncia que año se ha parado en un tiempo que anuncia la Pascua después de los cincuenta días de la Resurrección.
Los caballos se mueven inquietos como queriendo manifestar el gozo de los jinetes ante unas jornadas de camino, entre las oraciones sentidas y el brindis con el vino bendito de la tierra que ofrece sus vides hechas esencia de alegría sin cuento.
Estamos en la semana que precede a la Romería más grande del mundo. Un cantar andaluz, onubense, que ofrece su cuna rociera en las marismas de Almonte, junto al paraíso de Doñana, donde Ella se apareció a un pastorcillo, para señalar uno de esos puntos únicos y especiales en el universo, donde el Espíritu Santo dejaría un nido de fe y devoción para glorificar uno de los misterios mayores de nuestra Redención.
Vivamos el milagro andaluz, hecho universal, que llamamos Rocío y que Ella dejó en tierras de la provincia de Huelva para ser nuestra Madre en una presencia y compañía eterna.
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