Desde la Ría
José María Segovia
Silencioso debate
El año ya ha tomado vía hacia su final. Vuelve la última estación festiva de doce meses en los que fuimos dejando florecer nuestras tradiciones, costumbres e idiosincrasia propia de un pueblo tranquilo, paciente y con esperanzas.
Cuando llega la etapa final del año nuestros pensamientos tienden a la reflexión de un tiempo que pasa y que ya no volverá. Es la ley de lo temporal a la que está sujeta el hombre.
El paso de la vida se asemeja a esas cuatro estaciones que marcan la pauta del calendario anual. De la esperanzadora alegría de unos comienzos, donde aprendemos y ponemos las bases del mañana, hasta ese invierno, temido en muchas ocasiones, que nos marca el adiós de una cosecha, donde la siembra se vio forzada con los aconteceres de la existencia cotidiana, sufrimos todos los pasos que el desarrollo de lo material y espiritual da consistencia a nuestro vivir.
En el cierre final de un balance de nuestro propio ser, cabe preguntarnos cada año si hemos respondido a esas leyes impuestas y a esas obligaciones que nos marcamos. En el estudio de nuestro caminar libre veremos si las sombras o las luces que hemos pasado corresponde a lo que en verdad somos o quisimos ser.
La Navidad es como un epílogo de ese libro que vamos escribiendo cada año. Las fiestas y celebraciones del momento se nos hace telón de fondo de unas representaciones de vida que tienen mucho que ver con nuestro propio espíritu.
Miremos a nuestro interior y contestemos a esa pregunta para la que no caben engaños: ¿Hemos cumplido con nuestro auténtico fin de seres humanos, alimentados de fe, de amor y de fantasía…? o quizás dejamos por desidia, equivocación o mala suerte la página en blanco, sin aciertos en solidaridad, compresión y entrega.
Al menos, siempre existe una luz que baña nuestras incertidumbres, sueños no realizados o huidas de la verdad. Una luz que estos días ya se anuncia cuando las calles se iluminan, con galas especiales y en los corazones parece que de alguna manera se encienden las brasas de la nostalgia, el cariño y la fe más sencilla y bella en una tradición que es verdadera historia, camino del único fin de la vida con esperanza de eterna Redención.
En lo más hondo del corazón, una Sagrada familia, reclinada en un portal de Belén, nos llama. En ella esta nuestro camino. Aleluya.
También te puede interesar