Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Merece la pena?
E L sectarismo, entendido como actitud de personas intolerantes y fanáticas, se había vinculado históricamente, de forma exclusiva, a las creencias religiosas y su manera de defenderlas; pero con el paso del tiempo ha ido impregnando otros ámbitos de la sociedad, hasta invadirla.
Esta invasión solo es posible cuando el individuo renuncia al uso de la razón y prescinde de su capacidad para analizar la realidad críticamente, sustituyendo sus propias opiniones individuales por un ideario colectivo que le viene dado, a manera de consigna, por las personas que dominan el grupo con el que cree identificarse.
Y cuando las conductas individuales basadas en la racionalidad se sustituyen por los comportamientos grupales cimentados en consignas, el ser humano pierde gran parte de su libertad en favor del gregarismo, siguiendo servilmente las ideas e iniciativas ajenas, que es una conducta propia de los animales.
En el mundo moderno, el sectarismo ha penetrado muy especialmente en el deporte y la política. Y no es casualidad que esta invasión coincida con la desnaturalización de los valores iniciales de los grupos afectados, que han sustituidos sus nobles objetivos por otros más posibilistas que ponen su horizonte en el lucro y el poder.
El sectarismo deportivo ha deformado la competitividad pacífica, un ingrediente necesario para fomentar la afición a un deporte concreto y el apoyo a un club determinado, en la que todos los participantes respetan noblemente las reglas del juego, convirtiéndola en una batalla que transforma al adversario en enemigo, en la que se transgreden con naturalidad las reglas del juego, se justifica la violencia, se finge constantemente y se impone el todo vale con el único fin de ganar como sea la partida y hacer daño al otro contrincante.
En el mundo del deporte, el paradigma de éste fenómeno es, sin duda, la confrontación permanente entre el Barça y el Madrid. El objetivo de ambos ha dejado de ser convertirse en un modelo de club que brille por la excelencia de su fútbol, para transformase en dos grandes maquinarias, que tienen como único propósito su enfrentamiento brutal para conseguir la destrucción del otro.
El sectarismo político es el más pernicioso, el que causa mayores daños a la sociedad y genera las frustraciones más graves en los ciudadanos, hasta el punto de sentirse impotentes para conseguir su status social justo que dé satisfacción a sus necesidades básicas como ser humano.
Cuando los partidos políticos se convierten en sectas, pierden el componente ideológico que justifica su existencia y se transforman en rebaños cuyos miembros defienden irracional y sumisamente cualquier propuesta de sus dirigentes, sin detenerse a analizar si es coherente con los principios teóricos que dicen defender; y con la misma irracionalidad descalifican idéntica propuesta si es realizada por el partido rival, al que consideran enemigo. Este sectarismo conduce a la división de la sociedad en dos bandos enfrentados permanentemente y convierte a los partidos políticos en maquinarias diseñadas con el principal objetivo de conseguir el poder político, para lo cual no tienen ningún escrúpulo en recurrir a cualquier medio, sin descartar la manipulación, el uso sistemático de la mentira, la descalificación del rival o el permanente discurso demagógico.
En España, a lo largo de los treinta y cuatro años de democracia, el proceso de penetración del sectarismo en los partidos políticos ha sido creciente; pero durante las dos últimas legislaturas, el zapaterismo ha establecido un modelo de gobierno tan sectario, intervencionista y arbitrario que ha erosionado gravemente nuestro sistema democrático poniendo en cuarentena el Estado de derecho.
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