Sánchez y Feijóo, irresponsables

La esquina

26 de julio 2025 - 03:07

La avaricia de poder, inevitable en cualquier político que se precie, deviene tóxica cuando se ejerce sin freno ni tasa y peligrosa cuando adquiere la condición de criterio preponderante para decidir cómo actuar en la vida pública.

Avaricia que aqueja a quien mantiene el poder a toda costa, renunciando a convicciones que se pensaban sólidas, manoseando la Constitución y las instituciones básicas de la misma y humillándose una y otra vez ante personajes nítidamente enemigos de España a los que se concede vara alta en los asuntos de España. Y la avaricia de la impaciencia que afecta a quien se cree con derecho a sustituir al otro, y sustituirlo ya, negándole el pan y la sal -e incluso la legitimidad-, oponiéndose a todo y rechazando cualquier iniciativa que pueda suponer un balón de oxígeno para el gobernante en apuros.

Los grandes avaros, Feijóo y Sánchez, hacen daño a la democracia española de varias formas. Esta semana el primero ha vuelto a sabotear –junto a Vox, Bildu, Podemos, ¡vaya compañía!– un decreto de Sánchez que trataba de reforzar el sistema eléctrico para evitar apagones como el tristemente famoso de abril pasado. El segundo sigue ignorando su obligación constitucional de presentar unos presupuestos para gobernar en condiciones y se dispone a continuar en el cargo cuando la mayoría que le invistió está rota y los proyectos más importantes (jornada laboral, reforma judicial) han encallado en el vértigo de una debilidad parlamentaria que ya es cotidiana.

Otra manifestación de irresponsabilidad compartida que daña al sistema democrático, la más llamativa y grosera, es la relativa a las formas que enmierdan el debate político. Los plenos del Congreso son a menudo bochornosos por el nivel de insultos y navajazos que se propinan unos y otros, la falta de argumentos y la ilegitimidad que mutuamente se atribuyen. En la política nacional no hay adversarios, sino enemigos. La corrupción, gran problema para la mayoría de los ciudadanos, es gravísima y exige dimisiones fulminantes cuando implica a los de enfrente, y error puntual sin consecuencias ni responsabilidades cuando los protagonistas son los amigos y conmilitones.

No es baladí. Está más que comprobado que cuando los partidos centrales hacen tanto ruido y tan constante la gente se desentiende de la política y se va a casa o se apunta al extremismo.

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