La otra orilla

víctor Rodríguez

Hacia rutas salvajes

Cuando pretendemos hacer algo verdaderamente heroico en nuestra vida, que realmente merezca la pena, deje huella, nos aleje de la mediocridad y el ostracismo, puede que creamos que va a ser más fácil de lo que en un principio pensábamos. Con esa falsa seguridad que nos da haberlo visualizado tantas veces en nuestra mente, hinchamos la fantasía de que nosotros seguro que lo haremos y triunfaremos. La historia del libro Hacia rutas salvajes, de Jon Krakauer, guarda cierta similitud con el relato de los barcos que recogen inmigrantes en las aguas del Mediterráneo.

Esta semana, los medios se han hecho eco de un informe de fronteras que indica que las mafias que trafican con personas que buscan un futuro mejor en Europa están reduciendo aún más sus ya exiguos "estándares de seguridad", a sabiendas de que, con la mitad de gasolina y embarcaciones aún más precarias, van a ser rescatados antes, bien por Salvamento Marítimo, bien por buques de ONG. El resultado es más siniestro si cabe, dado que el beneficio se incrementa, aumenta la demanda de esa ruta y el riesgo a morir queda a expensas de la voluntad del rescatador. Las consecuencias: mayor número de muertes.

El relato de estos barcos de auxilio en alta mar se envuelve de la épica aventurera que lo hace todo mucho más atractivo y visual, cinematográfico casi, y eso tiene un alcance enorme en esta era de la imagen. Pero hay algo que no me encaja en este complicado puzle de la geoestrategia y los movimientos poblacionales a escala mundial. Una vez que esas personas desembarcan a puerto, se las examina y se les da "el papel" que dice que se estudiará su caso para decidir si se quedan o son expulsados, parece que pocos se acuerdan de ellos después. Entonces pasan a ser "invisibles": trabajadores agrícolas en precario, vendedores ambulantes, olvidados otra vez.

Es en ese momento cuando aparece esa otra ayuda callada de albergues, comedores y centros sociales, otro aluvión de solidaridad. Puede que no sea tan apasionante ni aventurera, pero esas gentes y asociaciones salvan tantas o más vidas, no una vez, sino todos los días. Hace unos días murió un inmigrante en el asentamiento de Lepe, entre plásticos y palets. Una persona igual de digna, también navegando sin rumbo y con sueños de mejorar… sólo que a él no le rescataron, ni abrió ningún telediario. Cuidar la vida, no sólo desde la emergencia; ese es el verdadero reto.

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