Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Merece la pena?
CUANDO supe ayer que había muerto Setsuko Hara, la actriz emblemática de Yasujiro Ozu, me quedé atónito. ¿Vivía? Es lógico que me sorprendiera. Además de haber sido longeva -ha fallecido con 95 años- se había retirado del cine en 1963, año de la muerte del realizador, y vivido tan retiradamente que la noticia de su muerte, que se produjo el 5 de septiembre, ha tardado tres meses en hacerse pública. Retirada pero nunca olvidada. Y menos ahora, cuando en las listas más fiables de las mejores películas de la historia del cine Cuentos de Tokio ocupa uno de los primeros lugares y Ozu está reconocido como uno de los pocos creadores absolutos que el cine ha dado. Por eso la muerte de Hara, tras más de medio siglo de haber dejado el cine, ha sido noticia mundial.
Win Wenders abrió el conmovedor documental que dedicó a Ozu (Tokyo Ga) con estas palabras: "Si en nuestro siglo existiera algo sagrado, si hubiese algo que se pudiese considerar un tesoro sagrado del cine, para mí sería la obra de Yasujiro Ozu". Es cierto. Nadie como él ha sabido recrear la sacralidad de las existencias y los gestos cotidianos, anónimos, intrascendentes, dando a cada vida sin importancia el valor absoluto que le es propio. El rostro de Setsuko Hara resplandecía en sus películas como una luz de tierna independencia, bondad sin límites, serena belleza y dignidad.
Su nombre no les dirá nada. Su rostro se lo dirá todo. Si no han visto ninguna de las obras que interpretó para Ozu háganlo ahora, en homenaje a una actriz excepcional que tuvo la suerte de encarnar el ideal femenino de un genio del cine. Vean Primavera tardía, Principios de verano, Cuentos de Tokio, Crepúsculo en Tokio, Otoño tardío o El último verano, las seis películas que interpretó a las órdenes de Ozu entre 1949 y 1961. Háganme confianza. Háganse justicia a ustedes mismos. Ozu murió en diciembre de 1963. Poco después Setsuko Hara, entonces la estrella más famosa del Japón, anunció su retirada. Tenía 43 años. Nunca dijo si la causa fue su devoción hacia el director. Ambos eran solteros y sin hijos. Ozu no la nombró ni una sola vez en sus diarios. Ella no fue a su entierro y nunca habló de él. Pero -como si fuera la mujer fuerte, dulce, independiente y sacrificada que interpretó para él- se retiró durante el resto de su larga vida a la ciudad de Kamakura, en cuyo templo budista-zen de Engaku-ji está enterrado Ozu. Hermoso, ¿no?
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