La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
CUENTA la mitología griega que Zeus, prendado de la belleza de la grácil Europa, transformado en toro blanco y confundido entre las reses del padre de la diosa, se acercó a ella. La joven acarició sus costados y viendo que era manso, se subió a él. Zeus no dudó en secuestrarla y llevarla a su isla de Creta. Numerosos pintores han inmortalizado el rapto en bellísimos cuadros y sugestivos retratos de la hermosa heroína. Europa, el continente que tomó su nombre, no es hoy ni la agraciada protagonista del mito ni la vieja dama achacosa y débil que algunos proclaman. El mismo Papa Francisco tampoco la trató muy bien hace unos días cuando le otorgaban el Premio Carlomagno. 66 años después de la Declaración de Schuman, el político francés destacado entre los llamados "padres de Europa" -escribíamos en la radio de ello cuando en España no estaba bien visto el tema-, su anhelo nunca ha logrado la auténtica y deseada cohesión. Y ello, ante estímulos de autoestima y autodestrucción que nunca han faltado en todos estos años. No cesan los reproches, las amenazas de deserción, las disensiones propias de egoísmos y orgullos cicateros, insolidarios y personales, más que por supuestos motivos de separación. Europa nunca ha sido una fortaleza inexpugnable, un reducto infranqueable. Al contrario, ha sido un espacio abierto en función de la libertad que impera en su territorio. Precisamente lo que no respetan muchos de los que aquí llegan.
A Europa la responsabilizan de los males, perversiones e indignidades que otros practican. Lo hemos escrito ya. Cabe repetirlo ante tamaña agresión a este viejo y sufrido continente. Nada nuevo en esa cruel estampida de la migración irregular que invade naciones del sur y centro de Europa, que escalofría nuestro ánimo, perturbado por tantas inquietudes y sobresaltos a punto de salir, dicen, de una grave crisis económica y de tantos desasosiegos y paranoias morales, sociales y políticas como nos acucian a diario. Es el recuento cotidiano de esa marcha interminable que protagonizan seres desesperados que nos abruman y desconsuelan. Siniestros cortejos de criaturas que buscan una tierra prometida que, dadas las circunstancias, no podemos garantizarles.
Latente reproche colectivo de culpabilidad contra Europa. Pero ¿somos nosotros culpables de las consecuencias de gobiernos oligárquicos que no respetan los derechos humanos, de tiranos que esclavizan a sus gentes, de fanáticos fundamentalistas que dominan por el terror y la barbarie, de radicales integristas que asesinan y decapitan a sus víctimas, de mafias que trafican con seres angustiados? Muchos aprovechan la crisis migratoria para hacer política pregonando la solidaridad y las cuotas de libre circulación al alza: gobiernos regionales -curiosamente de izquierdas- que no pueden atender a colectivos marginales y emigrantes por haber agotado sus presupuestos. Necesitamos soluciones urgentes, no oportunistas alharacas.
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