Pueblo

07 de noviembre 2025 - 03:07

Leo los diarios de Azaña. El grueso del tomo son los llamados Cuadernos de La Pobleta, su residencia a las afueras de Valencia, en las montañas tranquilas, junto a un búnker y un cañón antiaéreo, en el turbio 37 de España. Azaña llena las páginas mientras los españoles se matan entre sí, con la ayuda de las armas y soldados de italianos, alemanes o rusos y de las sonrojantes componendas de ingleses o franceses.

No es tal vez Azaña el más vehemente en sus formas o en sus discursos políticos, pero sí el que más fervorosamente defiende a la República ante enemigos incontables: el descrédito de la paz, la violencia en la retaguardia, la desidia de los políticos, el desorden en el ejército, la falta de municiones, la autoridad desmembrada y anulada, los cabildeos, los abandonos, las terribles pérdidas de tiempo y recursos en campañas desesperadas por lo inútil de sus medios, lo ineficaz de su dirección y lo quimérico de sus fines.

A todas estas mortificaciones Azaña opone su razón y su visión política, su falta de rencor, su defensa del orden institucional, su privilegiado entendimiento, su oscura lucidez. Cada una de sus predicciones se cumple, y eso quiere decir que Azaña no se dejaba engañar por las fantasías que llenaban la cabeza de otros muchos: sabe que militarmente la guerra está perdida, y que la única esperanza es la presión internacional para que España se libre de soldados extranjeros y, sólo entonces, cortar de cuajo la guerra que desangra al país. No fue así. Entre todos, españoles y europeos, nos ganamos un país destrozado y retrasado. Azaña murió en el exilio.

Estoy seguro de que Azaña tiene sus hijos en la política actual. Son hombres y mujeres desconocidos que con amargura escuchan a menudo la frase que el presidente de la República oyó demasiadas veces: “Sólo el pueblo salva al pueblo”. Es la frase que pronuncian los pueblos abandonados por sus organismos públicos y que desean oír quienes quieren destrozarlo todo a su imagen. Es bella en apariencia, pero insidiosa.

Frente a los puentes llenos de ciudadanos con palas y bolsas de comida, frente a los padres que renuncian a tanto para que su hijo pueda tener un hogar propio, frente a los maestros que, pese a todo, enseñan e instruyen, frente a todos los héroes cotidianos enfrentados a un sistema enfermo, prefiero una sociedad de hombres y mujeres libres, liberados de salvarse a sí mismos.

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