El peso de la normalidad

17 de septiembre 2025 - 03:06

Hoy he visto por primera vez en este curso la pesada mochila recostada sobre la puerta de la habitación de mis hijas, y es que ha vuelto el cole, y la rutina ha regresado a casa. Rutina, que no normalidad, eso ya es otra cosa- Lo rutinario ayuda a huir de lo normal, a sobrevivir a esa otra mochila cuyo peso es capaz de carcomer hasta el alma. Normalidad es salir a la calle para tener que pedir que pare un genocidio; oír cada día a reaccionarios maleducados vomitar amenazas contra gente que tuvo la mala fortuna de nacer en tierra desvalijada; asistir al renacimiento de un despotismo, nada ilustrado, liderado por sátrapas de chiste; sufrir el comienzo de registros culturales pusilánimes inspirados en una fe mentirosa; escuchar a familias desesperadas porque nadie les permite, ni aunque de rodillas lo pidan, un puñetero piso en alquiler. Normalidad es una pandemia de desesperación, de deshumanización irremediable, de dolor, que penetra diariamente a través de la pantalla y que, no por ello, es ficticia. Hace poco leía a un articulista llamado Paco Cano que “la deshumanización es el anestésico que calma la conciencia del asesino”, y eso me da pánico, quizás sea ése el peso que percibo, algo que ya vaticinó hace mucho Eric Fromm, que perderíamos en este siglo la fe y la confianza en los valores humanos, entre otras cosas de la mano del “hiper-consumo”, y esa es la licencia del desastre.

Quizás el silencio de la madrugada sea lo que me permita poder mirar tranquilo, y tomar consciencia del peso, sí, es el silencio el que ayuda. La mochila está ahí, repleta de todo, exagerada, pero… Pero en breve se levantarán, y la rutina permitirá el crecimiento, y el colegio o el instituto o la universidad acogerán la esperanza, porque “la esperanza solo anida en las personas”, como escribió Bloch. Y si la humanidad ha resistido otras veces a la guerra y al dolor y al desastre dejándola salir, cultivándola, cimentando con ella la inaplazable utopía de la paz, por qué no va a ocurrir nuevamente, por qué no vamos a confiar en que generemos un nuevo status quo que excluya el racismo, la arbitrariedad, la guerra y al brutalismo político. Por qué no, quizás mejor que sean ellas, sí ellas, las que reparen el maltrecho mundo que vamos a dejarles.

Agotado, claro, la conciencia una vez descubierta pesa, sí, pero esperanzado.

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