Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Sin poder explicar muy bien cómo y por qué ha sucedido, diez años después me incorporo de nuevo a esta columna de La Otra Orilla. Durante esta década, las redes sociales y los ciberespacios donde se vuelcan opiniones han crecido y se han fortalecido de manera exponencial. Por eso, al sentarme a escribir estas palabras, no puedo librarme de cierto estremecimiento pensando en todas esas voces y pareceres.
El susto que me habita no tiene que ver con el hecho de que todo el mundo tenga en sus manos el derecho y la capacidad de opinar, sino con la frivolidad o pocas miras de quienes la ejercen sin antes sopesar lo que dicen. Cuántas veces es la frustración retenida, en ningún caso el pensamiento crítico, la que vomita las palabras, dejando plasmadas las miserias más oscuras en cada insulto o propuesta excluyente. Hoy sin ir más lejos, en una gran red social, leía una publicación en la que se denunciaba la agresión de una mujer inmigrante a una española, culpando, por supuesto, al gobierno de crear leyes que protegen más y mejor a la persona migrante que a la nacional. Me duele leer este tipo de comentarios, calcomanías de ciertos programas sensacionalistas: tal y como esta persona se expresa, parece que hay más inmigrantes malos que buenos y que sin ellos en nuestro país habría menos delincuencia. Y los dos supuestos son absolutamente falsos.
Tengo la certeza de que esta, la mía, es una opinión más en la era de las opiniones. Pero quiero aprovechar este espacio que se sitúa en “la otra orilla”, y desde allí, con la objetividad que permite poder observar las realidades con cierta distancia, aportar lo que mis ojos ven, mis manos hacen y mi corazón y cerebro saben, porque lo han visto y palpado, porque lo distinguen con la luz de la verdad. Como educadora social, en mi día a día tengo contacto con muchas realidades situadas en ámbitos denominados de exclusión. Y no dejo de comprobar cómo esas realidades son engranajes, no bien ensamblados pero sí bien pensados y necesarios, de este sistema. ¿Sorprendo si a estas alturas digo que la pobreza, la delincuencia, la exclusión por motivo de nacionalidad, el radicalismo nacionalista, religioso o de genero, el odio y el enfrentamiento… son, precisamente, los ingredientes indispensables para mantener el orden establecido? Tiempo habrá para explicarme. Vaya por delante mi agradecimiento a quienes, desde su propia visión, acojan y debatan estas opiniones.
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