Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Merece la pena?
LOS filósofos en la Grecia clásica, en su persecución por la sabiduría, opusieron al mito lo que denominaron como logos, un discurso explicativo y demostrativo, por lo que aquél comenzó a equivaler -además de a leyenda, fábula o ficción- a mentira o no verdad. Esto se produjo cuando concluyeron que o los dioses no existían o, por lo menos, no eran como se habían mostrado en los mitos. A partir de ese momento se acrecentó el interés por distinguir lo uno de lo otro, lo cual se ha mantenido hasta el presente. Sin embargo, una cosa es dicho interés y otra lo que efectivamente ocurre. En muchas ocasiones, los seres humanos, sorprendentemente, tenemos una tendencia a la credulidad, incluso en temas que no casan ni por asomo con la realidad o, utilizando una expresión popular, que se da bocaos con la misma. Y no es cuestión, muchas veces, de falta de recursos o de información. Vemos a gente muy preparadas que, en algunos campos, se mueven y comulgan con mitos o falsas creencias incompatibles con la lógica y racionalidad que se imponen en distintas áreas de sus vidas.
A las sociedades les ocurre lo mismo. De repente, se crean nuevas religiones que viene a ser, ni más ni menos, que mitos. Dichas religiones, que han recibido diversos apelativos -p. ej., de sustitución, laicas o civiles-, como es natural, tienen sus dioses, sacerdotes, rituales y catecismos, y han sido características de los dos últimos siglos. Entre otras, pueden citarse el marxismo, psicoanálisis, capitalismo o movimientos de clase. En su nacimiento y, sobre todo, en su asentamiento y éxito mayor o menor influye decisivamente la coyuntura por la que se atraviese, que sirve de catalizadora, porque si no es así otro gallo les hubiera cantado.
La crisis económica ha generado su propia religión de sustitución, cuyo componente principal es el asamblearismo -valga el neologismo-, como la forma más excelsa de democracia y como exacto procedimiento para resolver todos los problemas sociopolíticos, adquiriendo, por tanto, un elevado valor la espontaneidad, desenvolvimiento y locuacidad de los participantes. Bajo esta doctrina, en distintos países han surgido nuevos sumos sacerdotes -en Grecia, se llama Tsipras, y en España, Pablo Iglesias- y gracias a la tendencia a la credulidad han conseguido muchos prosélitos. Allá éstos, pero lo malo es que si alcanzan el poder, como en el país heleno, todos salimos perjudicados y enderezar sus meteduras de pata puede costar bastante tiempo y titánicos esfuerzos.
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