Pues muy mal

Apenas hay noticias de allí, y en las pocas que se dan se trata de no molestar mucho al tirano

Te pasas un par de días ideando un artículo y justo unos minutos antes de sentarte en el ordenador se te cruza un meteorito por la frente. El de hoy ha sido apenas hace una hora. Saludo a Teresa, una señora mayor que yo, con nietos y casi con biznietos. Con ella me une una relación de afecto y respeto mutuos que se ha consolidado en días y noches en las que hemos navegado juntos surcando la trascendencia. No hay más explicaciones. La veo hace un rato y la conversación se viene y discurre por caminos normales de cortesía. Empieza ella con qué tal tu familia. Pues muy bien, Teresa, gracias a Dios. Automáticamente le pregunto por la suya sin reparar en sus circunstancias personales y familiares. En una décima de segundo intento rectificar, pero ya es tarde. Pues muy mal, Rafael. Mi familia muy mal. No tuvo que seguir, no había lugar a más explicaciones. Ya sabía yo que estaba hablando de Venezuela. Teresa es venezolana de nacimiento, casada con un paisano mío hace más de cuarenta años; es española de papeles y de corazón. Cuando a una mujer sencilla, trabajadora de las que sudan cada final de mes para salir adelante en su vida de humildad y sacrificio, te dice que la familia muy mal, te quedas mudo hasta que la adrenalina ha adquirido los suficientes niveles en sangre para ponerte a despotricar de la vil gentuza comunista que se ha adueñado de aquel país rico, otrora gran exportador de petróleo. Venezuela se muere de hambre, los venezolanos, un hijo de Teresa, no pueden comprar medicinas de primera necesidad. Cientos de miles huyen hacia los países vecinos esperando una cosa: comer. Y es que matar de hambre es una de las grandes especialidades del comunismo. La bestia inmunda de Stalin, el mayor genocida de la historia, mató a seis millones de ucranianos de pura hambre. Pregunten a los ucranianos que hoy tenemos de vecinos.

Y mientras Venezuela se desangra hasta la extenuación, la Europa charcutera, los Estados Unidos de la gran puñeta y la España de la nada con sifón caminan alegres al paso alegre de la paz y de la indiferencia más repugnante que se pueda imaginar. Pero en España, una vez más, nos llevamos la palma, superamos el listón, batimos records de ignominia y bochorno entre la clase política y la prensa en general. Apenas hay noticias de allí, en las pocas que se dan se trata de no molestar mucho al tirano y a sus coros y danzas y hasta, ¡Oh, Dios!, se oyen palabras de comprensión, cuando no de apoyo, a aquella barbarie. Que el cielo nos perdone, porque los venezolanos escupirán un día a nuestro paso si seguimos así.

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