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Para que haya un papa proclamado como León XIV antes hubo un León XIII. La historia de la Iglesia se ha ido construyendo a lo largo de tantos siglos con una base sólida, la piedra de Pedro, y nada es por casualidad. Después de estos intensos días de hiperconexión vaticana, percibo que hay quien ha querido tratar lo vivido en el cónclave como si fuera el congreso de un partido político o una cumbre de organización internacional. También nos hemos acostumbrado a esas mesas ovaladas de las tertulias de mañana, tarde y noche, ocupadas por rostros habituales de los denominados “opinólogos”, llenando horas de televisión sobre los entresijos de la elección del papa como antes lo hicieron con el Covid, la guerra de Ucrania o la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Otro rasgo significativo de esta era de redes sociales y de dictadura de la imagen, es la gran cantidad de personas que, de pronto, sacan de la memoria la foto que un día se hicieron con el hoy papa Prevost en la visita que éste hiciera a alguno de los muchos colegios de la orden de la que ha sido superior general. Otra vez la necesidad de notoriedad, de querer destacar por encima de los demás… el mal de nuestra época.
Prefiero quedarme con otros tiempos, acaso más pausados, donde todo avanza, aunque a veces no lo parezca. La Iglesia no tiene prisa en sus formas, hoy tan aceleradas, acaso la única urgencia es la del anuncio del reino de Dios, del consuelo de las bienaventuranzas y la esperanza de la Resurrección; la búsqueda al sentido de una vida que a veces se nos hace absurda en nuestro trajín diario.
León XIV lo es, decía al comienzo, porque hubo un León XIII, aquel papa de la encíclica “Rerum novarum” sobre la situación de los obreros, escrita en los tiempos en los que la revolución industrial trataba al trabajador como semi-esclavo, y que puso las bases de la justicia social y todo lo que ha venido después, alrededor de la Doctrina social de la Iglesia. El mundo obrero de hoy es otro, pero sigue necesitando poner la mirada en otros abusos, como el de las maquilas, los repartidores, los jornaleros y quienes subsisten con un salario de miseria.
Huyamos de etiquetar a los papas: no hay papas “de los míos”. Más bien confiemos en que ejerza su pontificado sin perderse de lo principal: “que los seres humanos vivan dignamente” con respeto a la Creación y con el Evangelio de Jesús como guía.
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