Ser lectores o ser mejores

16 de septiembre 2025 - 03:07

Sería un día de febrero de 2017. No recuerdo si llovía, pero me gusta imaginar que sí porque aumenta la épica del recuerdo. Acabábamos de empezar el módulo de Literatura en el master y el profesor Rico nos hizo una introducción que cobra relevancia hoy por las declaraciones de cierta influencer sobre que no somos mejores por leer libros.

Rico no decía eso, pero sí explicaba a los futuros profesores que estábamos en una especialidad privilegiada. Una rama del saber protegida, blindada en todos los planes educativos. ¿Por qué es incultura no saber quién es Cervantes y sin embargo no lo es ignorar quién decodificó el ADN? ¿Realmente es más importante diferenciar un sustantivo de un adjetivo que, pongamos, identificar las partes de la tierra? Probablemente no pusiera estos ejemplos, pero la memoria me falla. Lo que sí recuerdo es cómo aquella idea me reventó la cabeza, a mí, lectora voraz, defensora de las bondades de la lectura. Porque tenía razón.

Este hombre, dedicado por entero al estudio de la literatura, reconocía abiertamente que nuestra pasión común gozaba de una protección especial por parte de las instituciones, una que le permitía el lujo de ser deficitaria. Sólo los muy poderosos pueden jugar a pérdidas en la vida, y la literatura puede. Puede porque es la ventana a todo el saber y el sentir del mundo.

Pienso en la tragedia de no saber leer. De no haber viajado nunca a bordo de la Hispaniola, ni a lomos de Rocinante. De no haber servido a las órdenes de Luis XIII y a los pies de Constanza. De no haber escuchado la melodía de un violín filtrarse a través de las ventanas del 221B de Baker Street. ¿Cómo se enciende un joven corazón si no es con las hazañas de los grandes héroes, con sus amores y desamores, con las lealtades y las traiciones de esos personajes que haces tuyas página tras página? ¿Cómo no conmoverse con la condesa Olenska y no maldecir al tibio Newland Archer? ¿Cómo no irritarse con la suficiencia del señor Darcy? ¿Cómo? No se puede porque, al fin y al cabo, la lectura desarrolla la empatía y ejercita la capacidad de ponerse en la piel del otro.

Lejos quedan ya los tiempos en los que el principal problema de España era el analfabetismo. Lo sustituye un problema mucho peor: quien pudiendo leer, elige no hacerlo. Me pregunto qué dirían sus tatarabuelos si pudieran verlos. Tatarabuelos como esa pionera Concha Espina, que denunció las injusticias sociales de la minería de Riotinto en El metal de los muertos. Ese es uno de los poderes de la lectura: no nos hace mejores pero sí puede hacer del mundo un lugar mejor.

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