Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Merece la pena?
UN estudio del sindicato UGT refleja que la cifra de menores de 35 años que trabajan o buscan un empleo ha descendido en 78.000 personas en el último año. El informe se ampara en los datos que refleja la Encuesta de Población Activa (EPA) del segundo trimestre de este año. Esa reciente estadística ya consignaba que la tasa de paro en el segmento de edad de 20 a 25 años alcanzaba al 58% del total, casi doce puntos más que la media nacional. Es evidente que el problema no se circunscribe sólo a la comunidad andaluza, pero sí que se presenta más agudizado. En España, el número de jóvenes activos también se ha reducido en los últimos doce meses en 353.000. El aviso sindical coincide con otras investigaciones que inciden en distintas variantes de un mismo problema. Según la empresa Adecco, los estudiantes nacionales son los más pesimistas en materia laboral entre los países occidentales. Más de cuatro de cada diez de los consultados creen que no conseguirán un empleo durante su primer año de búsqueda al terminar la formación. Además, la oficina de estadística comunitaria, Eurostat, también acaba de informar de que el 22,2% de los españoles de entre 20 y 24 años ni estudiaban ni trabajaban en 2015, cuando la media en la UE era del 17,3%. La encuesta reflejaba que España había sufrido el mayor incremento de los llamados ninis en la última década. Estamos ante una auténtica lacra social que debe movilizar todos los esfuerzos de las administraciones públicas. Tanto de la central como de la autonómica. Es evidente que los múltiples programas que se han anunciado estos años han culminado en fracaso o se han demostrado insuficientes. La principal actuación del Ejecutivo de Rajoy en 2015, Garantía Juvenil, apenas alcanzó a un mínimo porcentaje de los potenciales beneficiarios. En Andalucía, ni los planes de orientación; el denominado portal de emancipación; las ayudas para constituir empresas para autónomos o las múltiples becas para continuar o incluso dar una segunda oportunidad a los jóvenes que abandonaron los estudios en los años previos a la crisis, con el boom del ladrillo, han conseguido hasta ahora los efectos deseados. Es cierto que en julio el desempleo descendió casi un 4% entre los menores de 25 años, pero ese colectivo que busca un puesto se aproxima a las 170.000 personas. La reducción es insuficiente para insuflar ese optimismo para rescatar a una generación que necesita confiar en su futuro y que exige incorporarse al presente. El desafío no admite más demoras.
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