El kit

30 de abril 2025 - 03:07

El apagón le pilló justo dándole al botón de enviar, de modo que no sabe si llegó o no a pincharlo con el puntero del ratón. Así, a ojo, calcula que sí, que en esa milésima de segundo el ordenador pudo recibir la instrucción concreta, y la orden se marchó inmediatamente hasta el router, y desde allí, cable adentro, hasta el ministerio en cuestión. Si no, confiaba, seguro que hay algún tipo de moratoria para estas cosas. Para emergencias, catástrofes, guerras o lo que quiera que fuera aquello, porque lo poco que podía ver en X no aclaraba nada, en Facebook era más o menos lo mismo, y lo de internet era directamente imposible. Se enteraba a duras penas de lo que estaba pasando por lo que se decía en los grupos de Whatsapp, y la verdad es que no pintaba nada bien. Irremediablemente pensó en el kit. Ya le había pasado cuando el Covid, con lo del papel. Lo había dejado pasar, venga a reírse de todos los que habían llenado sus armarios de paquetes de Scottex, y resultó que durante dos días tuvo que limpiarse con los folletos del MAS, que, no sabía por qué, eran los únicos que llegaban a su casa. Le resultó tan traumático que llegó incluso a enviarles un correo pidiéndoles que para las próximas pandemias procuraran hacerlos con las páginas un poco más grandes, porque aquello no daba, y juró que nunca más se reiría de los que hacen cola para comprar papel higiénico. No se juró nada sobre los kits de emergencia, pero también había hecho sus gracietas con aquello y allí andaba ahora, arrepintiéndose otra vez y colocándose el chándal para poder bajar al chino a por unas cuantas pilas y una radio.

Le sorprendió la gente. Todos deambulaban como zombis, apilados en largas colas a las puertas del súper y tambaleándose con pesadas bolsas repletas de botellas de agua mientras se iban contando cosas. Que si el ciberataque, que si los rusos, que si los ovnis, que si vamos a estar cinco días, que si se ha ido hasta en Rumanía, que si las bombas de agua y los coches eléctricos y el hermano del presidente, así que empezó a apretársele el miedo en la nuez porque no tenía manera de saber de verdad lo que estaba pasando. Con los veinte euros que le quedaban en la cartera se apañó en el chino una radio marca Julai, que ponía “digital” pero no lo era, dos andaluzas, un paquete de pilas, uno de papas fritas y una lata de Cruzcampo, a ver si así se le bajaba el nudo que se le había enganchado en la garganta. No subió a casa. Se sentó en un banco, sacó la radio de la caja, le colocó tres pilas AA, sintonizó el canal de noticias y abrió el paquete de papas y la lata. No le había dado aún el primer trago cuando se percató de que el nudo le había desaparecido. De repente, pop, se sentía tranquilo, seguro, escuchando desde la radio la información que, a cuentagotas pero con toda la honestidad y responsabilidad del mundo, iban contándole los periodistas que, desparramados por todos los rincones del país y en medio de todas las circunstancias posibles, estaban dedicando su precioso tiempo a un montón de gente a la que no conocían de nada, no para meterles odio o desesperanza, sino simplemente para contarles lo que estaba pasando. Para demostrarles, una vez más, que el mejor kit de supervivencia sigue siendo la información veraz. Que el mejor antídoto contra el miedo es el que administra el mejor oficio del mundo.

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