Juanma G. Anes
Tú, yo, Caín y Abel
Creo, sinceramente, que debemos estar cada vez más convencidos de que por mucha propaganda que se haga, mucho eufemismo que se utilice o interpretaciones lingüísticas y dialécticas que se pretendan, quienes entienden el ejercicio del Poder como una propiedad y no como una actuación al servicio de los ciudadanos podrán conducir el Estado a un fracaso democrático, a una sociedad radicalizada y enfrentada entre sí mientras ellos disfrutan de las prebendas que se autoconceden por su posición frente a las necesidades no cubiertas de la ciudadanía instalada en la incertidumbre de su futuro.
Dicho esto de una manera, más o menos genérica, es evidente que lo referido descubre una falta de respeto a la inteligencia de las personas porque parece bastar con una buena maquinaria mediática, capaz de movilizar emociones, en la que se puedan asentar los relatos necesarios para modificar la realidad de los hechos que terminan por desaparecer de los foros de opinión pública.
Esto lo venimos viviendo hace algún tiempo, donde se nos aseguraba que determinadas actuaciones por anticonstitucionales se transforman en legales ante la evidencia de que si el Tribunal Supremo dictamina en contra, “se está extralimitando” y el “ministro habitual” es capaz de adelantar que el Constitucional lo arreglará convenientemente. Al mismo tiempo, se nos dirá que la “singularidad” catalana merece un concierto, que otorga superioridad frente al resto de los territorios, porque la situación del problema regional aquel se ha normalizado, en una errónea e intencionada interpretación de las situaciones queriéndonos hacer ver que claudicación y normalización son situaciones o actuaciones equivalentes. Con ello, el Estado de Derecho, por decaimiento de sus Poderes básicos, muy especialmente, el Judicial se debilitan y permiten al independentismo, en su voracidad, no solo no modificar su discurso aunque sí sus estrategias, de manera que de la pretendida salida de Cataluña de España, estamos en el camino de sacar a España de Cataluña, mediante una calculada regresión de la presencia estatal en aquel territorio.
Lógicamente, esta puede ser mi visión personal sobre, digámoslo claramente, la ruta hacia un Estado Confederal, por mucho que, como tantas otras cosas, se nieguen los hechos pues como decía, no importa insultar a la inteligencia del pueblo y para ejemplo actualísimo, la indignidad y el patetismo tragicómico de la nueva fuga de Puigdemont, en la que la connivencia es tan patente como el desprestigio absoluto a todos los niveles puesto que únicamente el juez Llarena quería y quiere detener a Puigdemont, pero lo increíble, por esperpéntico, es que un semáforo en rojo, lo impidiera.
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