Esto de escribir el día de las elecciones es complicado. No vale con animar a la participación, a ejercer el derecho al voto con ese entusiasmo propio de la fiesta de la democracia. De hecho, hay quienes irán a votar cabreados, como arrojando una piedra; o fastidiados por el calor; o simplemente con responsabilidad, pero sin alegría: de estos me he encontrado unos cuantos. Y muchos, muchísimos que ya han votado por correo porque las vacaciones no les han dejado otra. Y es que estas elecciones no se parecen a ninguna de las que hemos vivido. Tienen mucho de novedad, de situación extrema, inesperada. Las encuestas no dan un ganador claro, no sabemos quién logrará una mayoría parlamentaria suficiente. Lo único previsto es que hay retos ineludibles a los que el futuro gobierno deberá dar respuesta. Da igual que esos retos estén entre sus prioridades o entre sus estorbos, si los abordarán con talante negociador o autoritario. Ni siquiera valdrán ya las mentiras o los datos manipulados, del signo que sean, porque la realidad es tozuda y aplastante. Por ejemplo, se podrá derogar, o no, la ley de vivienda, pero algo habrá que hacer con las miles de familias al borde del desahucio y los cientos de miles de jóvenes con su proyecto de vida bloqueado. Se podrán cerrar, o no, los carriles bici, pero será imposible tomar decisiones de espaldas al cambio climático. Se podrá expulsar, o no, a más personas migrantes, pero, gobierne quien gobierne y lo haga desde donde lo haga, no se podrá evitar que sigan llegando, con la determinación de la supervivencia. Y así, con tantos desafíos. Todos estos conflictos encallados, todo lo que merma la dignidad y los derechos de las personas, saldrá adelante de una forma o de otra, más pronto o más tarde, con más prioridad o con menos. Pero sucederá, porque el futuro se abre paso. Y también es seguro que, gane quien gane, tendrá que gobernar de manera distinta a como había imaginado: es decir, con los pies en la tierra de lo inesperado, de lo imprevisto, del sopetón cotidiano. Ahí, en ese territorio difuso de lo que se va gestando pero aún no se ve, entra mi deseo para estas elecciones raras: que los ciudadanos aprendamos también a elegir de otra manera a quienes nos gobiernen. No solo votando hoy, sino ejerciendo nuestros derechos durante toda la legislatura, exigiendo que se escuchen nuestros problemas no solo en campaña. Sea como sea, gane quien gane, esa será la esperanza más firme de lo inesperado.

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