Huelva y el minotauro

“Algo se mueve. Lo que pasa es que en Huelva llevamos tanto tiempo parados que cualquier avance en patrimonio es poco”

Imagen de la antigua estación de trenes de Huelva.
Imagen de la antigua estación de trenes de Huelva. / Alberto Domínguez

19 de junio 2024 - 06:00

Teseo era un chavalito cuando se enteró de que su padre era nada menos que el rey Egeo. Se lo chivó la madre, Etra, que además le contó que el hombre había guardado su espada y sus sandalias bajo una pesada piedra para que, llegado el momento, un elegido la levantara y las recogiera. Lo típico. El chaval se picó, claro, así que se fue a por el pedrusco y, como mandan los cánones, lo levantó sin esfuerzo. Luego, ataviado ya con los cacharros del padre, se marchó a Atenas en busca de su destino. Teseo era valiente, mucho.

En su camino se topó con innumerables problemas que supo resolver con fuerza, inteligencia y, sobre todo, con la determinación que solo dan las convicciones, las grandes metas. Y Teseo, para qué engañarnos, tenía muy claras las suyas: conocer a su padre y alcanzar un día el trono para el que había nacido. Por eso no se amilanó con los villanos Períferes, Quirón, Cerción y Damastes (a cada cual con más mala leche), se libró de la conjura de Medea, la mujer del rey, que se lo quiso cargar envenenándolo, y por último acabó con el famoso Minotauro, librando a los atenienses de la penosa obligación de sacrificar a siete muchachos y siete muchachas cada nueve años.

Para colmo, a su regreso de la aventura en el laberinto, al padre le dio un patatús y Teseo se convirtió en rey. Coincidirán conmigo en que con ese historial de heroicidades nadie puede decir que le regalaran el trono, pero seguro que ni su madre creería que aquello iba a ser posible cuando se marchó de casa con 16 añitos

La historia de Teseo sirve, entre otras cosas, para dar lustre a la moraleja de que el que la sigue, la consigue. De que los objetivos más inalcanzables pueden llevarse a cabo si se les pone la suficiente voluntad. Si hay ganas. Si se tiene ambición. Andaba esta semana pensando precisamente en eso, en la ambición, en cómo durante décadas, puede que siglos, la hemos ido esquivando, aquí en Huelva, especialmente en lo que respecta a nuestro patrimonio, y en cómo la cosa está cambiando poco a poco.

La Diputación provincial, sin ir más lejos, ha tenido las agallas necesarias para adquirir la vieja estación de tren y diseñar un proyecto de restauración y reutilización acorde con lo que representa. Ha sido valiente el Ayuntamiento de la capital, que ha dado un paso de gigante en la protección de nuestro legado más emblemático, Tarteso, comprometiéndose a detener, por fin, cualquier proyecto de edificación en el cabezo de La Joya. También la Junta, que reculó en su idea inicial de tapar bajo el cemento el puerto tartésico del edificio de Hacienda, se ha atrevido a dar algunos pasos.

El premio conseguido ayer por nuestro pequeño (e insuficiente) Museo Provincial, la idea de recuperar el aljibe medieval de San Pedro, la réplica del carro tartésico de Arqueohuelva... Algo se mueve. Lo que pasa es que en Huelva llevamos tanto tiempo parados que cualquier avance es poco. Vayan cargando las pilas, porque lo que se ha hecho hasta ahora es solo una milésima parte del larguísimo camino que nos queda por recorrer. Siguiendo el ejemplo de Teseo, de momento estamos casi recién salidos de casa, así que nos queda aún mucho villano cabroncete y mucho minotauro por delante antes de poder sentarnos tranquilamente en el trono de la satisfacción del deber cumplido.

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