Brindis al sol
Alberto González Troyano
Mejor por escrito
Viernes pasionista. El dolor se ha estremecido en un clavel de amargura La Pasión del más justo de los hombres se acerca a nuestro corazón entre hachones encendidos, toque de tambores y túnicas de distintos colores litúrgicos, tachonando de misterio las noches onubenses.
¿Qué tiene Huelva que, cuando el llamador de un paso avisa la levantá estremecida, se nos encoje hasta el alma bañada en lágrimas de dolor? Llega el Viernes de Dolores y todo el cielo de nuestras devociones se ensombrecen ante el anuncio de unos días donde la meditación y el sacrificio serán candelabros del espíritu que alimenten nuestra fe.
Allá por la barriada de Las Colonias una Virgen ofrecerá sus lágrimas en siete días de penitencia que son banderas para nuestra lucha contra las diarias caídas. Cuando esa Virgen pasea por un barrio cercano a otro donde está la Catedral, en la Merced, otra imagen de Dolores ofrecerá sus penas entre las caricias de unas palmeras, que en el recuerdo seguirán cantando Hosannas y Aleluyas en la brisa de una plaza de siglos.
¡Cuánto dolor y tristeza tiñendo de morado el luto de una Pasión que mortifica nuestras carnes…! Ya llega el Viernes y la Semana Santa se abre ante nosotros como una Cruz de guía en los desfiles que se convierten en largas filas penitenciales, acompañadas de la luz de los cirios que es cera encendida de nuestra fe. La Semana Mayor onubense está llena de poesía y de dolor, como sol y luna de una tradición que se mantiene fiel frente a la marea de corrientes ideológicas, de tibieza religiosa y de olvidos, que mina la riqueza de un monte Calvario donde finalmente resplandecerá la luz, cuando los Oficios de tinieblas se apaguen y los Salmos a todos los Santos, nos preparen para un repique de campanas que anuncian alborozadas la Resurrección. El misterio de nuestra Semana Santa andaluza es tan incomprensible, que sólo a la luz de la verdadera fe, en nombre de Jesús, nos hace comprenderla y sentirla en toda su plenitud. En el Viernes de Dolores todos las advocaciones, alegres, bellas y únicas de nuestro carácter del sur, se cubrirán de dolor en un sentimiento que por los siglos, es principio y columna de nuestras más íntimas devociones. María del Dolor. Madre mía de los Dolores, página viva y eterna de un sufrimiento que ya latía en Tu corazón desde la anunciación en Nazaret.
Entremos en este Viernes, después de toda una Cuaresma redentora y llena de perdón, arropados en el silencio y la meditación de una Semana, única, especial, grande, para conmemorar nuestras vivencias más fuertes en la contemplación del gran misterio de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo.
Mañana, todo el dolor de la Pasión se hará presente en la mirada triste de una Madre que vivirá en todas nuestras esquinas, la tristeza indescriptible de la calle de la amargura de un Jerusalén hecho real en todos los pueblos de la tierra. Todo vuelve a comenzar en nuestros corazones cofrades.
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