¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática
En estas semanas han muerto dos ancianos, dos hombres viejos, dos latinoamericanos, un argentino y un uruguayo, un jesuita experonista y un socialista guerrillero. Uno era Papa y el otro expresidente de Uruguay. Uno se llamaba Francisco y el otro Pepe. Dos viejos coetáneos, muertos con menos de un mes de diferencia. Como se pregunta Santiago Alba Rico, ¿qué tenían en común? ¿por qué su muerte ha despertado este fervor de admiración general? ¿por qué a las izquierdas un viejo cura conservador les resultaba tan cercano? ¿por qué incluso la revista Telva ha elogiado, por su parte, la sabiduría vital de un rebelde uruguayo que en su juventud robaba bancos?
Quizás la respuesta esté en la coherencia de sus discursos, en la austeridad de sus vidas, Francisco alejándose de la pompa del Vaticano, Mujica viviendo en una chacra en el campo alejado de los fastos presidenciales. Quizás también se deba a que sus palabras movilizaban, hablaban de una causa por la que vivir, de la necesidad de fundar otra vida que nos permitiera estar menos solos, más felices, más en comunión, como ha dicho Curb. Ambos tenían un discurso alejado de los discursos convencionales.
Podría decirse que dos hombres viejos han introducido la vieja consigna del “hombre nuevo”, uno desde su fe cristiana, el otro desde su ser socialista. Es un hombre nuevo que nace desde la igualdad, la fraternidad, la compasión, la solidaridad, el bien común y la felicidad del compartir. Es la victoria de lo social, de la vida en común, al servicio al otro, al empobrecido, al descartado por el sistema. Es la coherencia de querer cambiar el mundo y cambiar un carajo, y a pesar de todo reivindicar la esperanza.
El hombre nuevo de Bergoglio y Mujica es un hombre fundamentalmente comunitario, social, al que nada de lo humano le es ajeno. Son un hombre y una mujer que creen en la unidad para mejorar la vida, que creen en los servicios públicos, en la democracia, en la igualdad y en la libertad para elegir los afectos, en la construcción de mejores condiciones de vida, en la solidaridad, en el ser humano como centro de la vida social y económica. Escuchemos a estos dos viejitos, hagamos que sus palabras, sus discursos, sus ejemplos vitales sigan vivos, que no mueran nunca. Es el mejor homenaje que podemos hacer a la coherencia y la sabiduría.
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