Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Volvemos a esta columna, un espacio que varios ciudadanos de Huelva habitamos desde hace ya muchos años, un espacio que nos cede Huelva Información, y desde el que intentamos aportar una mirada crítica y un poco de esperanza a este mundo complejo y herido. No siempre lo conseguimos, somos conscientes, pero lo seguimos intentando.
Nos tomamos este mes de agosto de descanso. Y lo que deseaba, más que nada, es no tener que retomar este curso con noticias viejas. Es decir: no quería estar hablando de Gaza en Setiembre. De alguna manera teníamos la esperanza de que se hubiera detenido el genocidio, de que el verano hubiera conseguido detener la locura, de que la comunidad internacional hubiera logrado imponer algo de cordura. No ha podido ser. Pecamos de ilusos. Una vez más.
Así, el genocidio en Palestina sigue en marcha. Finalmente construirán un resort de lujo sobre los escombros de la legalidad internacional; y sobre los cadáveres de los civiles asesinados. El genocidio sigue en marcha, con el aplauso enérgico de sus socios estadounidenses, con la inacción estratégica de Europa, y con la ambigüedad de los países árabes. Ni las manifestaciones internas en Israel, hartos de ser cómplices de la ira de los extremistas; ni la diplomacia de los pocos países que se salen del guión, aunque manteniendo relaciones comerciales con el ejecutor; ni los lamentos impotentes de la ciudadanía por todo el mundo, enfrentadas en muchos casos a detenciones arbitrarías y sin mucha base legal, nada de eso ha conseguido evitar que, ya metidos en setiembre, sigamos hablando de Palestina.
Hace unos días, en el muelle de Huelva, y en otros puertos de la península, la ciudadanía estuvo reclamando el cese del conflicto, el cese de los bombardeos, la apertura de las fronteras para que llegue la ayuda humanitaria, en fin, en definitiva, del horror. Había mucha gente, mucha impotencia, pero también mucha determinación: si no conseguimos detener el genocidio en Palestina estaremos condenando a un pueblo entero. Pero más allá: estaremos renunciando a todos los tratados, la legislación internacional, y los acuerdos éticos que surgieron tras la barbarie de la II Guerra Mundial.
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