Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
Hace unos días conocí a un chico que está cumpliendo condena haciendo terapia en una asociación de rehabilitación de las adicciones. Me alegró la tarde. No porque un chaval tan joven se viera envuelto en un problema tan grave como el de la drogodependencia (al que la sociedad no está prestando la suficiente atención, por otro lado), sino por comprobar que, décadas después, hay beneficiarios directos de lo que las asociaciones pro derechos humanos y las de defensa de las personas presas pidieron vehementemente: la implantación de este tipo de alternativas a la cárcel para las personas que cometen sus delitos a causa de una adicción.
También se pedía entonces la implantación de la mediación penal, de medidas de justicia restaurativa, de alternativas como el trabajo en beneficio de la comunidad… Se trataba de que, en definitiva, abordáramos las cuestiones relativas a la seguridad, la delincuencia y los conflictos sociales desde una perspectiva distinta, que pensáramos en las causas que los generaban y, desde ahí, articuláramos las respuestas que se les daban y buscáramos una solución real a esos conflictos, no una respuesta basada única y exclusivamente en la venganza, en el castigo al que comete un delito.
Los avances que se han dado han sido tímidos y lentos, pero, igual que este chaval cumple condena en un centro y no en una cárcel, hay muchos que la cumplen haciendo trabajos en beneficio de la comunidad o que saldan sus asuntos con una simple multa. Gracias a estos avances, en los últimos quince años, la cifra total de población reclusa bajó un 10% y la cifra de presos por habitante un 22%. Y lo mejor de todo es que esto se ha logrado manteniendo a España entre los países con un índice de criminalidad más bajo y, en consecuencia, entre los países más seguros del mundo.
Esto me hace pensar que se puede construir una justicia que piense más en la víctimas, en recomponer el daño que se les ha hecho o, al menos, que atienda el dolor que se les ha provocado, que se puede revertir la tendencia de crecimiento de las desigualdades (en la raíz de muchos conflictos), que se puede erradicar ese pensamiento que está detrás de los crímenes machistas, que se puede abordar de otra manera, menos hipócrita y más eficaz, el problema de la droga, y encontrarme con aquel chaval que, en vez de estar “pudriéndose” en la cárcel está en un proceso de rehabilitación me hace creer que es posible.
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