Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Andrasen en un adolescente de 16 años. Ha conseguido entrar por un pequeño hueco abierto en la doble valla que separa la carretera de la playa, y lleno de valentía se ha lanzado al agua. Nada con algo de dificultad en paralelo al paseo viejo que está junto a la carretera, muy cerca de las rocas. A pesar de su esfuerzo no va a llegar, lo acompañan con la mirada varios guardias marroquíes adscritos a la frontera con Ceuta; no muestran ningún malestar, ni siquiera están en guardia, saben que se cansará y tendrá que agarrarse; el mar está encrespado, hay mucha luz, no va conseguir llegar a España. Una lástima, está ahí, a cincuenta o sesenta metros. Y una vez lo saquen del agua, imagínense.
Este relato no es ficción, es una de las experiencias desoladoras que podemos comprobar si cruzamos desde Ceuta a Marruecos. Allí decenas de policías y militares, vallas, concertinas, armas, vehículos de apoyo y artilugios electrónicos de todo tipo , nos protegen de una hipotética “invasión inminente”. Una observación pausada muestra una tristeza terrible, la de un Estado que se defiende a toda costa de la llegada de chicos marroquíes o de subsaharianos, pero además la de la existencia de una valla invisible que evidencia la diferencia entre pobres y ricos, entre afortunados y oprimidos. Cuanto más cerca de la frontera, más miseria. La Frontera sur de Ceuta y Melilla, dos de los bastiones de Europa, son un área de deshumanización y de dolor sin límites, y el inicio de la gran tragedia de nuestro tiempo.
Tras las tensiones políticas entre España y Marruecos en 2021, que explotaron con la llegada masiva de jóvenes a nado y las inconstitucionales devoluciones en caliente, la situación actual es la de una tensa espera. En esa artificiosa armonía cuenta mucho la colaboración de la policía de Mohamed VI, ya que Ceuta y Melilla con minúsculas realidades en un continente inmenso. Visto con distancia, es curioso observar cómo nos rasgamos las vestiduras para pedir nuestra soberanía política sobre Gibraltar, pero el debate sobre el futuro de nuestras ciudades africanas con origen colonial nunca aparece, ni tampoco el de cómo afecta la gestión de la seguridad transfronteriza al futuro de las relaciones sociales en ellas.
No nos olvidemos del sur, de los que llegan, de los que no llegan, de los que quieren llegar. No olvidemos que parte de nuestros privilegios tienen ese origen tan funesto, en las fronteras del terror.
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