Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Merece la pena?
Los viajeros románticos del siglo XIX dejaron en sus escritos y los grabados que ilustraban sus narraciones, el rastro de ese tiempo en el que se dedicaron a recorrer ciudades y entornos con muy diferentes perfiles de interés. La Rábida con lo que le rodea de la gesta descubridora siempre contó con esa mirada, quizás sencilla pero que no pasó desapercibida. A la aventura americana se le une lo que este cerro, que mira al Atlántico, supuso para otras culturas como lugar de culto. Desde las historias que llevan a época legendaria, a tiempos de los fenicios, a su relación con Saltés. Algunos dicen que se edificó en una colina un templo dedicado a la diosa Rabbat.
En aquel mismo lugar hay quienes sostienen que se construyó, bajo el imperio de Trajano y por orden de Ferrum, gobernador de la provincia, residente en Palos, otro gran edificio, a modo de castillo, que fue dedicado a la diosa Proserpina, hija muerta del citado gobernador. Todo aquello, con sus ofrendas, cesa con la llegada del sacerdote Ciriaco. Un templo convertido al culto cristiano. Más tarde, en morabito con la expansión de los árabes que atravesaron el Estrecho. Le llamaban Rábita, que significa en árabe templo despoblado. La marcha de los árabes se consigue -según la tradición- al ser adquirido por Ptolomeo, sacerdote, y Teodoro, rico comerciante de la zona.
Hay otro momento en la historia de La Rábida que la relaciona con los templarios. Hay quienes sostienen que llegaron a principios del siglo XIII, construyendo un convento que pronto abandonan en 1224. Los caballeros del Temple, que seguían a Alfonso X El Sabio tras la conquista de Niebla, llegan hasta la Rábida. La convierten en una magnífica fortaleza por su privilegiada situación para la vigilancia del corso que se extendía por las costas onubenses y portuguesas. Los templarios adosarían nuevas dependencias al cenobio, habitándolas hasta que fueron proscritos por bula del Papa Clemente V, en 1312.
Estas historias, que a veces parecen noveladas, tienen un punto de partida real en la edad media con el Descubrimiento de América, en 1492. Una gesta no exenta tampoco de leyendas que continúan dando pie a elucubraciones en muchas mentes que gustan de buscar una segunda lectura.
Historias todas que pasaron por las manos de los viajeros decimonónicos y siguen interesando a los actuales historiadores, con visiones en algunos casos mejor documentadas. Emilio Carrillo, en su libro La Orden del Temple: Un nuevo descubrimiento (Ed Itucci Siglo XXI. 2010), habla del triángulo templario configurado entre Jerez de los Caballeros, Sevilla y Lepe; en el arco del compás que une a estas dos últimas, pasa por encima de La Rábida y la Isla Saltés. El trabajo de campo comprueba la preferencia de la Orden del Temple por los recintos con raigambre espiritual y carga energética, lo que se materializa en este caso en la elección de las posesiones tanto de La Rábida -un antiguo ribat árabe- como la vecina Isla Saltés, lugares dedicados al culto religioso desde la época de los fenicios.
Hay quien ha ido a La Rábida a buscar incluso la puerta de infierno, como es el caso del periodista y escritor Fermín Bocos que acaba de escribir Viaje a las puertas del Infierno. Las entradas ocultas del Hades (Ariel). Recuerda al arqueólogo Adolf Schultem que hablaba del río de las lágrimas y el del llanto, situándolos en el Tinto y Odiel, por lo que allí empieza el viaje de Boscos, en el monasterio de La Rábida, donde dice que estaba una de las representaciones más antiguas del infierno, y es que asegura que de épocas muy anteriores a la dominación romana hay indicios de que se hicieron sacrificios humanos en honor de Persefone o Proserpina, que padecen los tormentos del Hades. Por eso, a Fermín Bocos no le resulta paradógico que Cristóbal Colón iniciara su viaje en las paredes de este convento.
La Rábida siguió concitando el interés en el siglo XIX a pesar de los movimientos que parecen van a desestabilizar la integridad del cenobio. Había caído en desgracia desde la Real Orden del Ministerio de Gracia y Justicia de 25 de julio de 1835, cuando por la desamortización fue suprimido el convento de Santa María de La Rábida, entre otros 22 de la provincia seráfica de Andalucía.
El abandono de sus guardianes lleva a que el monasterio quede prácticamente en las paredes. El Estado lo sacó a subasta y no tuvo comprador, quedando en su propiedad.
Todo es ruina, el edificio y sus bienes muebles. Se pierde la documentación del archivo. Dos décadas se llevará en esta situación. La llegada, en 1851, del gobernador civil de Huelva Mariano Alonso Castillo promoverá la restauración. Es clave la visita de los duques de Montpensier, en 1854, para movilizar a todos con el objetivo común de la restauración, aportando un donativo de 7.000 reales. El 15 de abril de 1855 se inauguran las obras.
La Rábida está salvada. Un nuevo tiempo que llevará a este lugar a muchos viajeros, es una etapa romántica con el patrocinio de los duques de Montpensier, asentados en la Sevilla.
Al año siguiente de esta restauración hay noticias de la presencia de un viajero al que nos vamos a referir. En su recorrido por Andalucía le había llevado de la Alhambra a Huelva, a donde llega desde Cádiz. Aparece en la publicación parisina Le Magasin Pittoresque, dirigida por M. Ëdouard Charton. Una edición a modo de enciclopedia popular, que se dedicaba a temas históricos, principalmente, aun sin desdeñar los grandes descubrimientos modernos.
Aquel recorrido que hace el viajero, en 1856, va a tener conexión con un nuevo trabajo incluido en Le Magasin Pittoresque, en 1871. Es un recorrido histórico por la vida de Cristóbal Colón. Lo más interesante es la ilustración que le acompaña. Recoge el interior del monasterio con la leyenda de "Vista interior del monasterio de Santa María de la Rábida, diseñado por d'Urrabieta". Un grabado que lo pone en relación con el publicado en 1856, al que cita, como vista exterior.
Aquel grabado será reproducido en 1883, en Barcelona, por Riera, Editor. Lo que hace es basarse en el publicado por Le Magasin Pittoresque. Aunque le da algunos toques en los que se aprecia el tratamiento para esta publicación, como es que de las dos personas que aparecen una va sin el bombín y la otra sin las llaves, aunque deja claro que es el interior del convento de Santa María de la Rábida, dando verosimilitud a aquel dibujo.
Este grabado llama ahora más la atención cuando la Diputación de Huelva presenta los planos del convento y no hay referencia directa a este interior. En una visita reciente al convento de La Rábida, el padre guardián Francisco García solo supo llevarnos a lo que llaman el almacén o sótano. Es la planta baja de una de las dependencias anexas al convento, en la superior está la biblioteca. Se encuentra en planta baja, que no bajo el suelo, parece más propia de acceso para animales o llegada de provisiones. Nada que ver con el grabado que aquel viajero publicó en 1871 de lo que vio.
Queda la duda, en esta Rábida de tantos misterios. Quizás algún día unas excavaciones o prospecciones descubran las verdaderas entrañas del convento, más allá de los misterios.
Estas dependencias desconocidas podían ser la cripta o un camino interior hacia ella. Lo que sí parece es que fue descubierta en ese tiempo de desolación de La Rábida, donde todo el mundo entraba, las puertas sobre las paredes denotan ese tiempo de abandono. Los franciscanos que siempre la mimaron no volverán hasta 1920. Los dos personajes retratados, uno el viajero con bombín, el otro con las llaves en la mano derecha parece ser alguien que ofrece el acceso y enseña las entrañas del cenobio. Están parados ante un arco que le suscitan interés. ¿Sería esa la cripta? ¿Un lugar de culto antiguo?
También te puede interesar
Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Merece la pena?
La ciudad y los días
Carlos Colón
La camarera, el estanquero y la Navidad
El salón de los espejos
Stella Benot
La Transición andaluza
Brindis al sol
Alberto González Troyano
Fernando Savater
Lo último