Será "deformación profesional" pero siempre he defendido la enorme importancia que tiene la formación para desempeñar un trabajo, sea cual sea éste. Está comprobado que si las técnicas y estrategias, empleadas en cualquier proceso, son mejorables y propicias para optimizar resultados, la indagación sobre ellas para mejorarlos debería ser obligada. Convertir la formación en un hábito es una forma de preocuparse por el progreso, por el avance de ideas, por intentar hacer su tarea cada día mejor y para ilusionarse… Claro que este interés e ilusión, además que no ser gratuito, implica un esfuerzo para que realmente se identifiquen los cambios como una mejora social y lleguen a convertirse en un perfeccionamiento del trabajo.

Entre las funciones laborales, están las que se desempeñan por intuición o haciendo las cosas como "se ha hecho siempre". Es obvio que existen tareas que, aun afectando a toda la sociedad, no se cuidan ni se mejoran y son conocidas las personas que, a pesar de tener muchas responsabilidades, carecen de una mínima formación. No hace falta ir más lejos: pienso en el trabajo desarrollado por los políticos, los desempeñados por representantes democráticamente elegidos.

Admitiendo y respetando la responsabilidad y trabajo que implica el simbolizar y defender una ideología que portan a modo de bandera, no se podrá negar que el trabajo muy difícil no parece. La estrategia global consiste, en resumidas cuentas, en patrocinar justo lo contrario de lo que defiendan sus opositores. A ver, que los conservadores valoran la existencia un pin parental ante la duda de la formación que se imparta al alumnado en cuestiones de sexo, pues los progresistas dicen que eso es intolerable. Que el gobierno central permite que se vaya por la calle sin mascarilla, pues los opositores clamarán al cielo por la inconsciencia de los gestores. Que la nueva ley educativa ha sido gestionada por los socialistas, pues ya saben qué tienen que hacer los populares: condenarla, diga lo que diga. Que los adolescentes se van de fiesta a Mallorca, mientras se frotan las manos los adeptos y empresarios de la isla, los del "bando contrario" los acusarán de irresponsables. Que hay grupos que defienden las playas sin humo, los de la ideología contraria serán permisivos…

Resumen. Lo más útil en política es oponerse al otro bando. Da igual cuánta lógica tengan sus contrarios, lo más ético consiste en resistirse a darle la razón al otro. Ya saben: "Al enemigo, ni agua".

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