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Francisco Revuelta Pérez

La disolución del Partido Andalucista

12 de septiembre 2015 - 01:00

SUENA extraño, pero eso no significa que no sea verdad. En realidad, lo que pasa es que no estamos acostumbrados a que el congreso de un partido político se convoque para plantear su disolución. No para una refundación, sino para acabar formalmente como organización y no volver a presentarse como opción electoral. Pero por raro que parezca, eso es lo que presumiblemente se decida hoy, 12 de septiembre, en el Palacio de Congresos de Torremolinos, en Málaga, con el Partido Andalucista (PA). Salvo extraños, que siempre son posibles, todo parece dirigirse a ese fin, precisamente, cuando se cumplen 50 años de su creación. La ponencia oficial definitiva recoge este objetivo. Si así sucede, algunos estarán frotándose las manos pensando en la posibilidad de agenciarse los votos de quienes hasta ahora habían apoyado al PA, intentando hacer creer que también son andalucistas, sólo que su enfoque es diferente al de ese partido. Asimismo, es probable que haya quienes valoren el hecho de la desaparición de esas siglas como una anécdota más de la historia política que va desde la transición democrática hasta nuestros días, pero no es así y es fácil comprobarlo apenas se reflexione un poco.

La disolución del PA tiene su importancia y sus repercusiones van más allá del hecho de que se sea o no votante o militante de este partido o de que se esté de forma activa en política o se sea tan solo un ciudadano sin ningún compromiso político. Si se echa la vista atrás puede apreciarse que la presencia del andalucismo ha sido clave en algunos momentos y que, además, ha constituido un acicate para que otros no olvidaran los problemas de esta tierra, forzándolos en más de una ocasión. Por ejemplo, la existencia del entonces PSA fue lo que permitió dar un giro sustancial a cómo se pretendía establecer por parte de UCD -con la aquiescencia y convencimiento del PSOE- el Estado de las autonomías. De haber continuado el proyecto por la senda inicial, en la actualidad el Estado sería bastante más asimétrico de lo que ha llegado a ser. Eso sí, al final los socialistas se descolgaron de los acuerdos alcanzados con Suárez al ver que apoyar la autonomía andaluza podría facilitarles el acceso a La Moncloa, que era lo que ciertamente les importaba. Lo mismo que éste, pueden citarse otros logros del PA a lo largo de su trayectoria. Por ello, no deja de sorprender que a partir de un determinado periodo haya ido en un declive continuo, colocándolo casi en la marginalidad. En los últimos comicios sólo obtuvo unos 60.700 votos, un 1,5% del total de los votantes; cifras que no tienen que ver con otras anteriores: por ejemplo, en las autonómicas de 2003 llegó a alcanzar casi los 400.000 votos y en 1991 consiguió el respaldo del 11,15% de los votantes.

Se han buscado razones para explicar ese descenso electoral, proponiéndose una amplia variedad. Como es lógico, las ha habido de todo tipo, unas internas y, otras, externas a la organización. No obstante, habría que matizar bastante a las primeras, sobre todo, porque sea advierte sin dificultad en esas probables explicaciones ofrecidas se no han sido exclusivas del PA, sino que son comunes al resto de los partidos, incluidos las emergentes, los cuales no han sido castigados electoralmente de manera similar. Algunos ejemplos: hay quienes han señalado los personalismos en el PA, pues bien, ¿qué si hablamos de Felipe González, Alfonso Guerra, Aznar, Rosa Díez, Albert Rivera y de otros? ¿No había ni hay personalismos en ellos? Otro más: los errores en los que ha caído, ¿acaso sólo los ha cometido el PA? ¿Y los demás -como el PSOE o el PP- nunca se han equivocado, siempre lo han hecho todo bien? Resultaría ridículo responder a esto último afirmativamente, ¿verdad? Ni siquiera los más recientes, como Ciudadanos y Podemos, se libran de fallos. Y otro más: posee una estructura anquilosada y excesivamente directiva. ¿Es que en las otras formaciones políticas los aparatos de los partidos no tienden a ser así? En este aspecto, quizá quien mejor concretó este proceder fue Alfonso Guerra, con aquello de que quien se mueva no sale en la foto. Pero, adicionalmente, para mayor claridad, fijémonos en cómo los dirigentes políticos tratan de manejar a sus partidos no permitiendo disidencias. Reparemos en Pedro Sánchez con el PSOE, Albert Rivera con Ciudadanos o Pablo Iglesias con Podemos. Todos ellos cercenan o eliminan a los críticos y cuentan un nutrido listado de víctimas entre sus filas. Y así, sucesivamente, se puede citar toda una colección de supuestas razones que se le ha achacado al PA para entender su situación; quedando en evidencia que ninguna ha sido o es, caso de ser cierta, de exclusividad del PA sino que tienen carácter de transversalidad y afecta a todas las formaciones.

Por supuesto, eso no es óbice para admitir que el PA también se ha equivocado alguna que otra vez, como organización o también, más concretamente, a través de sus máximos responsables. Ahí están los casos, por ejemplo, de Julián Álvarez, ex secretario general, que nada más tomar las riendas de la dirección se propuso depurar -expresión empleada por él mismo- al partido. O, también, el del actual secretario, Antonio Jesús Díaz, que no ha hecho el más mínimo intento de integrar a aquellos que pertenecieron o apoyaron una candidatura alternativa a la suya en el Congreso en el que salió elegido por apenas una cantidad mínima de votos de los delegados y a pesar de la buena disposición de quienes fueron, circunstancialmente, sus competidores en colaborar; lo que ha obstaculizado un fortalecimiento del partido, un rendimiento más óptimo de la organización y una mejora de los resultados. Pero aunque se relataran todas las causas internas, su conjunto no explicaría más que un pequeño porcentaje del por qué de la situación actual del PA, de la desafección del pueblo andaluz hacia él. Desde mi punto de vista, admitiendo fallos estratégicos que han contribuido a su penosa realidad, como se dice en estadística, la mayor parte de la varianza de la coyuntura del PA viene explicada por causas externas.

Desde que se inició la democracia, el PSOE quiso ser el referente de la izquierda y fagocitó a los partidos que se encontraban en esa órbita, como el PSP de Tierno Galván, para quedarse con todo ese espacio político y dejando sólo más a la izquierda a los comunistas. Pero con el PSA no pudo, ni se le integró ni quiso actuar como su sucursal en Andalucía como aceptaron los del PSC, y se propuso destruirlo. Como mencionó en su día Enric Juliana, al joven núcleo sevillano socialista, que aspiraba a gobernar España cuanto antes, esa independencia del andalucismo le pareció peligrosa y temible, y se puso manos a la obra con la pretensión de su minimización o aniquilación por diversas vías, incluso desde su interior, comprando a más de uno de sus líderes que acabaron con cargos sustanciosos. Se inventaron mentiras, se tergiversaron hechos y se desprestigió todo lo que se pudo, ocasionándole al PA secuelas que aún perduran.

A esto hay que añadir que en esta tierra es muy difícil contrarrestar la capacidad operativa del fuerte aparato de poder socialista; además la apropiación del mensaje andalucista, si bien sólo en lo superfluo no en el verdadero fondo, por parte del PSOE e, incluso, del PP, pero que producen un efecto de neutralización; las dificultades para el acceso del andalucismo a los medios de comunicación; los cambios producidos en las motivaciones ciudadanas que conducen al ejercicio político y la falta de profundización social sobre algunos temas para entender el ideario andalucista, más allá de lo meramente emocional de la defensa del terruño. El camino, por tanto, ha sido harto difícil, sin haberse conseguido que los andaluces, en general, cambien el modo de analizar su propia realidad, siendo lo habitual el que lo hagan desde una perspectiva estatal, sin tomar como coordenadas el dónde viven y lo que son. Así, si se hace referencia al paro, echan mano de la cifra estatal y se olvidan de la correspondiente a Andalucía, que suele ser siempre de diez o doce puntos más. Y lo mismo ocurre cuando se habla del fracaso escolar, de las bolsas de pobreza, de la falta de infraestructuras o de cualquier otro aspecto, se analizan como si nuestros índices fueran los de la media española, cuando normalmente solemos estar por debajo, en las franjas negativas no sólo de España sino de Europa.

Y aquí nos encontramos con un Partido Andalucista que hoy debate sobre su propia muerte, algo que llama la atención, pero hay que resaltar que no lo quiere hacer para que el andalucismo caiga en el olvido sino para todo lo contrario, para que surja otra organización de obediencia exclusivamente andaluza con la que se revitalice, sin ataduras, con fuerza suficiente para llegar a todas las instituciones donde Andalucía deba estar representada y acorde con los tiempos. El PA ha sido -y así debe ser- un medio, un instrumento para lograr unos objetivos; sin embargo, en este aspecto ahora no funciona, como marca ha dejado de ser útil, no atrae y no despierta interés.

Por eso, para permitir y facilitar que otros, con savia nueva, hagan posible que el pueblo andaluz tome conciencia de sí mismo, de su potencialidad política, de que Andalucía no puede seguir estando permanentemente en la cola de lo positivo y a la cabeza de lo negativo está dispuesto a firmar su propia acta de defunción. Si lo hace, es un acto de enorme responsabilidad y generosidad, pues el andalucismo es necesario y esperemos que florezca un nuevo proyecto que despierte la ilusión de los andaluces. Que así sea.

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