La tribuna económica

Qué difícil ser patriota aquí

QUÉ difícil es ser patriota en este país. Uno quiere apoyar a su Gobierno cuando, hace un tiempo, nos mete en una guerra justa, o cuando, ahora, adopta medidas impopulares, y acaba paladeando el acíbar de la traición del propio jefe de la manada. No sé si para viejos (pensionistas), pero este no es país para patriotas.

El Gobierno -duele de veras decirlo- practica, no sólo en política económica, el titubeo, la fatuidad, el camelo, el erratismo y, esencialmente, la inconsistencia. La oposición, empantanada en turbios asuntos internos, va a lo suyo: a arrear guadañazos en los tobillos.

Ayer jueves, José Sócrates, el primer ministro portugués de improbable nombre y excelente y convincente verbo español, provocaba la envidia de quien lo veía y lo escuchaba en nuestro telediario; un líder con aire de líder -serlo, y parecerlo-, que ha merecido y conseguido el apoyo de sus contendientes políticos. Por su patria. Nosotros, en tanto, a jodernos los unos a los otros. Que dimitan las cumbres estratégicas del goyesco duelo a garrotazos.

Si el paquete de austeridad fiscal, al ser presentado, apareció valiente y necesario, los digo-diegos con respecto al desigual mundo de las pensiones, las excepciones hechas por De la Vega con los empleados de empresas públicas estatales (los de las andaluzas, con coherencia, sí se equiparan a los funcionarios) han ensuciado tal primera impresión. El Gobierno -Salgado, Corbacho, Chaves, el propio Zapatero- han escenificado un sainete titulable La jaula de grillos... si no fuera en el fondo un drama lo que sucede. ¿Qué necesidad había de tanta contradicción e improvisación en el principal asunto de Estado en muchos años? Blanco -un hombre serio y poderoso-, se pide el papel de sherpa de la crisis, y decide defender lo más indefendible de todo el paquete de la crisis en la crisis, esa matrioska de la contracción que no sabemos cuándo acabará de parir perversas muñequitas. Este otro José -Pepiño a su pesar, en los buenos tiempos- entona un patético "ya nada volverá a ser como antes" en las obras públicas. Es esto lo más preocupante: 6.400 millones menos en dos años. Siendo las otras medidas una terapia de adelgazamiento acelerado, la que él defiende es la más dañina para la economía, más aun que la reducción del consumo severa que se avecina al rebajar de improviso el nivel de vida de miles de familias (más). Mutilar la capacidad estatal de actuar en la economía productiva, dinamizándola con la inversión pública, es como, al acercarse los indios, bajarse del caballo cruzando el río, cortarse la nariz, cegarse y mutilarse los miembros. Hacerlo, encima, paralizando o cancelando obras en curso, es decididamente una estrategia kamikaze para el país. Como le dijo Beloki en el Parlamento a esta figura que gana centralidad mientras se apaga la estrella con forma de ceja, "Así nos hundimos, ministro".

El conejo vestido de palo a las grandes fortunas, en fin, debería haberlo sacado de la chistera a la primera, y no para callar a la izquierda (?) consiguiendo, de nuevo, poner al atribulado pueblo español frente al escenario de la improvisación y la incapacidad. Ser patriota, así y aquí, es un acto de santidad.

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