La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

El derecho a la felicidad

La mediocre clase política hace poco por facilitar y mucho por dificultar la búsqueda de la felicidad

Temo que los políticos hayan olvidado que, como servidores de los ciudadanos, lo fundamental de su trabajo consiste en coadyuvar a su bienestar y felicidad. En el artículo 13 del primer texto constitucional de nuestra historia, la Pepa gaditana de 1812, se escribía: "El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen". 36 años antes la Declaración de Independencia de los Estados Unidos proclamaba: "Sostenemos por sí mismas como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad… Para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos". Benjamin Franklin matizó: "La Constitución no garantiza la felicidad, sólo la búsqueda de la misma. Cada persona debe conquistarla para sí misma".

La búsqueda de la felicidad es, en efecto, una cuestión personal. La labor del político es facilitarla en vez de dificultarla o incluso hacerla imposible. Entendiendo, desde luego, que la felicidad no reside en la primera baratija que quieran vendernos. Como desde los griegos se sabe y Victoria Camps recuerda en su recomendable La búsqueda de la felicidad: "No hacen falta muchas razones para mostrar que la vida buena tiene más valor que la buena vida, aunque la segunda sea una opción más apetecible que la primera. La satisfacción de haber actuado bien y en beneficio no solo de uno mismo es, para muchos, razón suficiente para promover un modo de vida más orientado por fines éticos que por intereses privados y parciales".

No conozco mejor definición de esta vida buena que la hecha por Blanco White cuando recordaba Sevilla desde su exilio inglés: "Todavía se fijan mis pensamientos en aquellas calles estrechas, sombrías y silenciosas (…) donde todo respiraba contentamiento y bienandanza, modesto bienestar ensanchado por la alegría y por la mesura de los deseos, honrada mediocridad que no se atraía el respeto por la opulencia ni por el poder". Creo que es urgente recordarlo en estos tiempos tan difíciles, los peores que hayamos vivido en muchas décadas, en los que una mediocre clase política está haciendo tan poco por garantizar y tanto por dificultar el derecho a la búsqueda personal de la felicidad.

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