Silla de palco

José Antonio / Mancheño

Las cuevas de Luis Candelas

03 de junio 2013 - 01:00

AUNQUE fue doña Concha Piquer quien popularizó al bandolero madrileño ajusticiado en el primer trienio del XIX cantando sus hazañas delictivas y a la vez sus atractivos amorosos, ahora y dado que pasó gran parte de su vida entre mesones, cuevas y tabernas del Madrid más castizo, parece retomarse la idea y aplicarlo al diseño andaluz para atraer a inocentes palomos.

Nada más y nada menos que el mandatela del sector turístico y polichinelas de Andalucía, se ha trasladado, según fuentes fidedignas, hasta la misma Guadix para observar in situ (no en Silos) el enorme potencial cuevístico que oferta con éxito clamoroso mil cien plazas de alojamiento con incentivos variables: catites, pañuelos, polainas, navajas, trabucos y sombreros al modo calañés, además de famosas historias del bandolerismo propio, leyendas populares, apodos y escondrijos. Todo un elenco de pamplinas con el único objeto de sacar cuatro chavos.

Venir ahora con la matraca de aquella Andalucía, cuando según la propaganda juntera deberíamos haber sobrepasado la renta per capita de California y situarnos a la cabeza de la Sociedad del Conocimiento (Pepote and Chaves) parece un tanto chusco y a la vez morboso. Recurrir a las cuevas como objetos de culto pertenece a una época desarrapada y de triste memoria.

Supongo que, puestos a requerir nichos de empleo, el barandísimo de la cosa turística debiera desplazarse a otros lugares plenos de la miseria y hambre que hollaron las cuevas. Sin ir más lejos y ya que Huelva -le coge a tres palmos-, podría admirar los restos de las antiguas cuevas que, excavadas con zachos y picos, sirvieron de viviendas a tantas familias onubenses. En ese recorrido por los cabezos de San Pedro, la Joya, Mondaca y el Chorrito, alto y bajo, y visto su tipismo, podría invertir en su restauración como gancho hotelero, para los guiris y admiradores de un pasado que ofende y discrimina.

La copla inmortalizó al bandolero y como testimonio de sus andanzas queda en el Arco de Cuchilleros de Madrid, su romántico estigma bajo el calor de los fogones y el halo de una época arrebatadora de amantes y atracadores. Si de lo que se trata es de exprimir cualquier recurso turístico, sugiero que las cuevas añosas exhiban sus andrajos y se activen en las redes sociales, para mayor gloria del personal foráneo y sonrojo de nuestra imparable industria turística. Lo que hay que ver.

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