Los corruptos son los partidos

La esquina

El problema más grave de la política española no es que haya demasiados individuos corruptos. El problema más grave es la corrupción de los partidos: la forma en que afrontan los casos de corrupción propia y ajena.

Siempre es igual. Hace siete años que Pedro Sánchez llegó el poder mediante una moción de censura triunfante contra Mariano Rajoy. La moción la defendió José Luis Ábalos. Fue un canto a la honradez en la política y un ataque demoledor a las corruptelas del PP. ¡Qué ironía! Ahora Ábalos es el arquetipo de todo lo contrario. El PP de entonces, recién condenado por la Gürtel y los dineros ilegales, reaccionó como lo hace el PSOE hoy: es una campaña feroz de mentiras y bulos, armada por jueces venales y rojos y amplificada por periodistas enemigos.

Ninguno de los dos partidos respeta la presunción de inocencia cuando los denunciados, imputados o procesados militan en el otro. Ninguno respeta a los policías, fiscales o jueces que investigan, acusan o condenan a líderes, miembros o simpatizantes de su organización, y todos aceptan y aplauden cualquier informe, auto o diligencia que implique a los adversarios, aunque no haya ni asomo de sentencia.

Lo normal, lo correcto y lo democrático sería que cuando un gobernante ve a su mujer, su hermano, su número dos y su Fiscal General implicados en presuntos delitos de corrupción y tráfico de influencias, dijera: “Son inocentes, confío en la Justicia, esto es una cacería política”, y se callara la boca, a la espera de los procesos correspondientes. Lo normal es que si procesan al novio de una gobernante por presunto delito fiscal, ella diga que lo cree inocente y confía en la Justicia, no que lo procesan sólo por ser su novio, pobre víctima de otra cacería cruel.

En eso noto yo la podredumbre de la clase política actual. En la respuesta partidista, sectaria y oportunista que dan a los casos de corrupción que les afectan de modo inevitable (son inherentes a la condición humana y al ejercicio o cercanía al poder). En la inconsciencia culpable con la que tratan a los corruptos según su orilla, en la frivolidad con que deslegitiman y destruyen las instituciones y ponen alfombra a los extremismos.

Nuestros padres nos advirtieron de que no nos metiéramos en política con el argumento de que todos los políticos son iguales. ¡Qué trabajo cuesta tener que darles la razón cuando ya no están!

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