Caleidoscopio
Vicente Quiroga
Más reinas
Los afanes
TENGO que reconocer que me sorprenden muchas de las cosas que leo. De la mayoría aprendo, humildemente, y no me importa reconocerlo, todo lo contrario. Pienso que leer es la fuente de nuestro aprendizaje con las garantías más sólidas. También creo, convencido, que leer nos hace libres y razonados. No comparto esas opiniones de algunos que defienden la no lectura para no contaminar su propia voz.
El tiempo, igualmente, me ha enseñado a respetar. A respetar las opiniones de las personas con las que apenas compartimos la definición de ser humano, a escuchar en silencio lo que se puede escuchar y lo que no se puede escuchar. Lo que se debe lo dejamos para otra ocasión.
Y así, comento que una institución que a lo largo de su historia ha tenido aciertos notables, también ha cometido errores sobresalientes. Otorgar el Nobel de la Paz a Santos no ha sido muy acertado. El pueblo ha hablado y ha dicho no a algo que venimos padeciendo en España. En nuestro país los terroristas se sientan en las alcaldías como representantes del pueblo. Y aquí no pasa nada. En Colombia se han negado. Sigue habiendo hambre en el mundo y África agoniza (lleva agonizando desde que tengo uso de razón). La cantidad de instituciones que se parten la piel cada día por salvar una vida, por rescatar a un refugiado en las aguas de un mar o un océano del mundo, por hacer que los alimentos o las medicinas lleguen a su destino.
Este mundo está gestionado erróneamente. Y esos errores son consentidos. Todos asentimos o agachamos la cabeza ante una noticia dramática. Pero hay gente que no lo hace, y sale a la calle, y entrega su vida por una causa.
El Nobel a Santos ha sido un error. Mientras, seguiré escuchando a Bob Dylan en el coche, en casa, admirando sus canciones, su música, recordando esos primeros discos que manoseábamos en la azotea de la casa de un amigo cuando éramos jóvenes. Por mucho que digan que lírica viene de lira, la literatura la enfrascan en los malditos cánones que hacen perder el norte a más de uno. Y el único canon que existe es el de tus libros de cabecera, aquellos que lees y admiras, aquellos de los que aprendes.
El canon sueco, ese que promulga cada año la concesión de los premios, no me sirve. En el fondo no sirve a nadie. No es que esté politizado, está dramatizado en su jungla de irrealidad. Y solo ve con ojos de fuego, nunca con la mirada pura y limpia.
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