Efectivamente, bien saben los buenos aficionados al cine que el titulo de mi columna de hoy, es el de una película australiana, El año que vivimos peligrosamente (1982), dirigida por Peter Weir y protagonizada por Mel Gibson, Linda Hunt y Sigourney Weaver. Era la aventura que vivían unos periodistas durante el derrocamiento del régimen del presidente de Indonesia, Sukarno. Salvando las distancias y los temas, avant la lettre, el año que hace una semana despedíamos lo hemos vivido peligrosamente. Año satánico y despreciable entre tantos conceptos abruptos como podemos atribuirle. Me sorprende el voluntarismo de cuantos aventuran mejores destinos para el año iniciado, porque desde el último segundo de su desastroso precedente hasta el siguiente del que estrenábamos no hay ni habrá, ojalá me equivoque, favorables perspectivas. Al menos en algún tiempo. Porque 2020 deja a su sucesor un penoso legado. Aparte de una pandemia con cifras agobiantes, una persistente incertidumbre y suspensiones previstas y previsibles.

Se han suspendido los carnavales, las procesiones de Semana Santa, que aunque conserve todo su espíritu religioso y penitencial, no tendrá su manifestación más hermosa y deslumbrante, su liturgia urbana con un inmenso poder de convocatoria y su repercusión económica. E igualmente no habrá ferias ni fiestas ni otros posibles acontecimientos que generan esa dinámica eminentemente social y económica. Con lo cual aunque uno sea optimista y piense que este 2021 pueda mejorar las calamidades del pasado, uno recuerda aquello que se nos decía: "Saldremos más fuertes de esto". De momento ni salimos ni sabemos cómo hacerlo. Nuestra esperanza es la vacuna, una y las que sean, y no repetir los errores cometidos por unos y por otros. En ese balance nefasto muchos son los culpables y no todos admiten responsabilidades. Presumíamos de una Sanidad, que era la mejor del mundo, -"la joya de la corona", Susana Díaz dixit- y hemos visto que lo más valioso han sido y son sus profesionales sin medios sin recursos idóneos y suficientes para enfrentarse a tan demoledor virus.

Y en este panorama exterminador que sigue implacable, es la hora de las responsabilidades y las decisiones determinantes y resolutivas, por parte de las más altas instancias en la gobernanza: el gobierno y las administraciones autonómicas donde a la incompetencia se han unido las vacilaciones, las improvisaciones, las demoras y la politización de lo que debe ser la mayor preocupación de todas ellas. Sin embargo el ejecutivo ha preferido suscitar temas que para la mayoría de los ciudadanos no urgen: la corona, la ley de educación, la eutanasia..., Auténticas maniobras disuasorias, además de una evidente inoperancia ante esa chusma irresponsable que incumple las medidas de seguridad. El caso de Linars del Vallés colma los intolerables excesos de una parte de la población insensata.

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