J. M. Marqués Perales

jmmarques@diariodecadiz.com

Las agallas salen muy caras

Nadie como los dos grandes partidos para descalificarse como demócratas, para que la gente los crea y aparezcan los populistas

Porque Boris Johnson estudió Filología Clásica en Oxford y recita en griego y de memoria los primeros versos de la Ilíada -Oh, musa, canta la cólera del pélida Aquiles-, porque se educó en Eton, por todo eso tan de Donwton Abbey, no dijo por mis cojones, sino agallas. "Soy el único con agallas" en este país. No se dirigía a la reunión anual de batracios maduros, sino al cónclave de los conservadores británicos en Manchester. En las gasolineras escasea el combustible, los ganaderos sacrifican a sus animales en sus granjas porque no funcionan los mataderos, faltan algunos alimentos en los supermercados, incluso medicamentos, pero el primer ministro del Brexit is Brexit alivia este desastre con el alarde de las pelotas que le crecen a las hojas de los robles cuando les pica una mosca. Agallas, testosterona.

Francia asiste a la erupción de su propio Boris. Como Johnson, Enric Zemmour también ha sido periodista; como al británico, también le echaron de las cabeceras serias conservadoras por mentiroso y como el de Eton, o más que él, es un fenómeno mediático, televisivo, el tipo que parte los debates, que se columpia entre la xenofobia y el chascarrillo, pero que ahora aspira a ser presidente de la República. Sí, en los últimos sondeos, Zemmour va segundo, detrás de Macron, y por delante de Marine Le Pen, a quien ha adelantado en ultra casquería. A la isleña Anne Hidalgo ni se le ve.

Miquel Roca, con más razón que Alfonso Guerra, que está a punto de ingresar en los flechas y pelayos en su defensa del imperio español de las Américas y de sus intervenciones en clubes selectos, acusaba al bipartidismo de ser la parturienta de los populismos. Todos tan ineficaces como caros, piensen en el Reino Unido. Roca, y en eso tiene menos razón que Guerra, que sigue igual de lúcido a pesar de la puya anterior, tiraba hacia su parte, los nacionalismos catalán y vasco han exprimido la imperfección del bipartidismo español hasta conseguir que dirigentes de izquierdas como el ex vicepresidente sean hoy tan españolistas como Arturo Pérez Reverte. Ay, Lepanto, qué olvidado estás.

Pero sí, este bipartidismo irredento que excluye de legitimidad al contrario, que lo califica de amigo de los terroristas, de comunistas o de franquistas renovados es el mayor enemigo que hoy tienen los dos grandes partidos. Nadie como ellos para descalificarse como demócratas. Y, claro, la gente se lo termina creyendo, y entre enfado y crisis, entre factura de la luz e IRPF, se terminan colando los nuevos telepredicadores, payasetes del plató, tipos que lo arreglan todo a base de agallas y charlatanería y que, sobre todo, salen carísimos.

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