Juanma G. Anes
Tú, yo, Caín y Abel
Los afanes
Uno lleva aquí desde el año 2016 hablando de la bondad. Y se alegra de que todos (o casi todos) nos hayamos vuelto más bondadosos. Si usted analiza hacemos cosas que desde hacía muchos años no se nos pasaban ni por la mente. Pero eso es bueno. Se lo digo yo. Como también les digo que si esperaban que este Gobierno diera alguna moratoria de pago a los autónomos o a los impuestos que tenemos que ingresar, estaban muy equivocados. Se van a limitar a "avalar" (y debe ponerse entre comillas porque el dinero lo van a poner los bancos) un porcentaje, de una cantidad, para que podamos seguir pagándoles a ellos su mentira. Así de claro. Claro como la bondad. Nos queda vivir y leer. Y eso de leer sobre todo está muy a la orden del día en estos tiempos de confinamiento. Pero el confinamiento puede llegar a ser un embrutecimiento, recordamos rutinas pasadas, y hacemos cosas para evitar el sedentarismo y el aburrimiento. Y nada mejor que un libro. Pero un libro de peso. Hay que dejar de leerse a uno mismo. Hay que dejar de leer la basura que nos recomienda el marketing de interés, y que solo nos lleva a seguir alejándonos de la bondad. Hay que leer libros de peso. Con esto de peso quiero decir de altura. Suelo recomendar los libros a los que acudo de forma permanente, porque merecen ser ponderados, porque merecen ser elogiados y merecen ser alabados.
Hablo de El Principito, la joya que escribió Antoine de Saint-Exupéry. Hablo de Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll. Hablo de El maravilloso mago de Oz de Lyman Frank Baum. Hablo de Peter Pan de James Matthew Barrie. Hablo de Las aventuras de Pinocho de Carlo Collodi. Hablo de Frankenstein de Mary Shelley. Y podría seguir. Pero por esta línea. Y como no, hablo de El Quijote de Cervantes, y hoy en concreto, y si lo tienen a mano, les recomiendo el capítulo 5 de la segunda parte. Van a pasarlo en grande, y con altura.
Pueden pensar que recomiendo libros infantiles y juveniles con esta lista. No caigan en el error de muchos. En absoluto, son libros para todos los públicos, y cuanto más cultivado esté nuestro intelecto, más partido podremos sacar de sus páginas.
Unos invitaron a hacer caceroladas contra el rey. Y sonaron. Otros invitaron a hacer caceroladas contra el Gobierno. Y suenan. Pero les digo que las cacerolas solo sirven para hacer la comida. Déjense de pamplinas, no vaya a ser que entre tanta cacerolada nos contagiemos de imbecilidad. Piense en la bondad, y utilice las cacerolas para otros menesteres más gastronómicos y, si lo desea, lea.
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