Hace días en estas páginas nuestra compañera Teresa Lojo, herida en su exquisita sensibilidad, como el mejor huelvano, se dolía que ardieran las laderas del Conquero y el fuego llegara hasta Villa Rosa, "un edificio catalogado, abandonado desde hace años a su suerte, que presenta un gran deterioro". En diversas ocasiones me he ocupado de la triste y cada vez más penosa situación en que se encuentra esta que fuera una preciosa quinta residencial en un lugar privilegiado. Una de las últimas ocasiones fue algo más de diez años por estas fechas y por idénticas circunstancias.

Siempre que escribí sobre El Conquero sostuve que si otra ciudad poseyera paraje tan hermoso hubiera hecho de él un lugar distinguido, admirable, paradisíaco. Aquí tan bello regalo de la naturaleza, cargado de tan arraigadas y emotivas sensaciones para cualquier onubense que se precie, no mereció nunca la atención y aprecio debidos. Buen ejemplo o mal ejemplo, hablando con propiedad, fue el incendio, uno más entre tantos, recordaba, como ha vuelto a suceder ahora, que arrasó la desastrada maleza y cuanto había por delante desde la Fuente Vieja - otro hito de la Huelva sentimental e histórica - hasta el antiguo Chorrito Alto, especie de "casbah" pintoresca de la miseria y las carencias urbanas, que siempre padeció esta Huelva indolente, alegre y confiada.

Ahí queda, patética reminiscencia de un pasado, sino mejor, al menos más consecuente, Villa Rosa, un espectro de lo que pudo ser y no fue. Una mansión emblemática, una construcción singular con su aureola romántica y sentimental de ese Conquero mágico, recreado en los dibujos sutiles y poéticos de Pepe Caballero o las plumillas encantadoras de José Bacedoni. Una atractiva edificación incluida en el Catálogo de Edificios, Elementos y Espacios de Interés del Plan General de Ordenación Urbana, una vivienda con singular valor arquitectónico, histórico y cultural para el que siempre se pidió su adscripción al patrimonio municipal y que los eternos defensores de las causas perdidas reclaman para usos nobles. Pero ahí está: dejada de la mano de Dios.

¡Que distinta la evocación del libro de Rogelio Buendía Abreu, (1867-1941) Luz (Novela de costumbres choqueras)! Sentimental y melodramática en su narrativa sencilla, a veces un tanto "naif", retrata la Huelva de los primeros años del siglo XX. Se publicó en 1922, con una referencia idílica de Villa Rosa, hogar de la novia del protagonista, en un lugar admirable, tan distinto al de hoy, que ilustra la portada, reproduciendo una pintura de esa típica casa atribuida al pintor de Galaroza, Marcial Muñiz Mendoza. El poeta y novelista onubense describe así tan delicioso lugar: "Difícilmente se podría encontrar otro sitio más bello… Flanqueado por huertos, pinares y viñas, el paseo se extiende por la parte alta de las colinas o cabezos, que casi circundan la parte antigua de Estuaria. Surgiendo entre un verdadero mar de exuberante vegetación…"

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