Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Merece la pena?
EL uróboros es un símbolo ancestral que representa a una serpiente que engulle su propia cola. El capitalismo embravecido es, en cierto modo, un monstruo que se alimenta de sí mismo formando un círculo dentro del cual estamos todos. El jueves próximo en Londres se celebra la cumbre del G-20. La reunión de los jefes de Estado o de Gobierno de los países más representativos del sistema económico mundial costará 20,4 millones de euros, una cifra desorbitada pero proporcional con las estructuras desmedidas y gravosas que caracteriza el sistema. Sin embargo, leo que muchos de los jefes que irán a la cumbre de Londres están furiosos por la actitud de los banqueros y sus sueldos millonarios. La canciller alemana, Angela Merkel, ha lanzado en las últimas horas acerbas críticas contra los directivos del Dresdner Bank.
Pero si muchos estadistas están en contra de los salarios de los banqueros, y por eso van a celebrar una reunión de 20,4 millones, el encuentro del G-20, a su vez, ha provocado la ira de miles de manifestantes que, convocados por diferentes organizaciones anticapitalistas, acudirán a Londres a protestar contra la reunión. Sindicatos, ecologistas y grupos religiosos ya se concentraron el domingo en Londres en una especie de adelanto de la protesta principal que culminará el jueves.
Pero la presencia de los manifestantes no será gratis. Supondrá una inversión de unos 7 millones de euros en seguridad, una cifra que, si bien no llega a los más de veinte de los jefes de Estado, tampoco es una nimiedad. Unos 2.500 agentes serán desplegados en la capital para asegurar que la celebración el uno de abril del llamado Día Financiero de los Inocentes no interfiera en la cumbre. Si sumamos ambas cifras se puede estimar, usando la jerga económica que hemos asimilado en nuestro afán (candoroso) de desentrañar los arcanos de la recesión, que la cumbre y su contrario, la protesta anticapitalista, generarán un gasto (¿se puede decir un volumen de negocio?) de cerca de 28 millones de euros.
El dinero invertido en gastos regulares y de seguridad beneficiará a un número indeterminado, pero alto, de empleados del Estado. Con ese dinero extraordinario funcionarios y proveedores pagarán, entre otras cosas, los préstamos del coche o la viviendas a los bancos que, a su vez, gracias a la liquidez de sus clientes, tendrán la posibilidad de pagar fuertes indemnizaciones a sus directivos al margen de los resultados económicos que obtengan, lo que provocará la cólera de los jefes de Estado del G-20 que convocarán, indignados, una nueva reunión de presupuesto millonario para analizar la economía. Etcétera.
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