Juanma G. Anes
Tú, yo, Caín y Abel
Caleidoscopio
TENEBRARIO se le llama a un antiquísimo candelabro de forma triangular con quince velas escalonadas que se apagaban progresivamente durante el Oficio de Tinieblas, Officium tenebrarum, que se celebraba en Semana Santa, cantándose salmos y lamentaciones del profeta Jeremías, en la conmemoración de la muerte de Jesús en la cruz. Recuerdo con algo de estremecimiento, el mismo que sentía de niño, la primera vez que vi el gran tenebrario de una de las capillas de la catedral de Salamanca y cuya ceremonia me contaba mi abuela. Rituales de ese tipo se abandonaron, desgraciadamente, como tantos otros en la nueva liturgia eclesiástica.
Son necesarias estas explicaciones ante uno de esos enseres de la liturgia tradicional de singular simbología, al ocuparme hoy del libro de Francisco Silvera, felizmente incorporado a estas páginas de opinión, lo cual celebro entrañablemente, con ese título, Tenebrario. Cuando se lee, uno siente el escalofrío tanto por lo que cuenta como por la forma de narrarlo que es impresionantemente conmovedora. Es un libro breve pero suficiente para que el lector tenga plena conciencia de la extrema sensibilidad que expresa el autor ante la muerte de seres inocentes, de criaturas desvalidas a merced de desalmados perversos y asesinos.
Como un monólogo interior, tal como lo define Paco Silvera, aflora tristemente un dolor intenso a través de una referencia periodística, de esas noticias que asaltan los periódicos y que nos hacen pensar en casos muy concretos, algunos muy cercanos, penosos para quienes sentimos más inmediatos los vaivenes acerbos del infortunio. El autor elude la mención directa de esos crímenes que nos helaron el corazón y cuya referencia al paisaje a muchos hará pensar en un nombre concreto y bien patente en la memoria, en el recuerdo de un cuerpo tierno, débil, infantil: "Se arrastraba por los fangales ocultos del fondo de una ría salobre; mientras ese cuerpo pequeño se pudría lento y henchido de aguas para salir a flote en busca de un sol descendente, de una tarde dorada de primavera".
Francisco Silvera ha realizado una espléndida labor -"gratis et amore"-, todo hay que decirlo, de las Obras de Juan Ramón Jiménez editadas por libros Visor, de la que acaba de publicarse el número 48, en la que cabe destacar un criterio distinto ante los estudios del Premio Nobel moguereño y una impagable perspectiva en su consideración, a los que en esta columna hemos dedicado el reconocimiento merecido, un legado extraordinario del trienio juanramoniano con un empaque literario digno del poeta. Paco demuestra ahora su entidad literaria con este pequeño libro, en tamaño, grande en sentimientos y en profundidades reflexivas y dolientes: "Las aves con voz potente, surgiendo como de la nada, del aire, elevándose sobre el mundo"…
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