Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Merece la pena?
LA concentración de Nadal en su juego en el US Open, no impedía que una parte de su mente y de su corazón, como los de la mayoría de los españoles, estuvieran el pasado fin de semana en Buenos Aires, pendientes de las votaciones del COI para elegir la sede de las Olimpiadas del 2020. Resuelta la pugna con la eliminación de la candidatura de Madrid, surgieron de su memoria unos versos del poema If… de Rudyard Kipling, que había leído, junto con Federer, para promocionar el torneo de Wimbledon en 2008: "Si puedes soñar sin que los sueños te dominen… Si te encuentras con el triunfo y la derrota / y a estos dos impostores los tratas de igual manera…" Es oportuno recordarlos ahora para que sirvan de antídoto a la comprensible decepción de los españoles, convencidos, tal vez con exceso de optimismo, de que a la tercera iría la vencida (y efectivamente, por tercera vez fuimos vencidos). Nos vendría bien inyectar en nuestras convicciones una dosis del estoicismo de los versos de Kipling.
El lema de los primeros Juegos Olímpicos de la Era Moderna, en 1896, fue: "Lo esencial en la vida no es vencer, sino luchar bien". En ese sentido debe consolarnos el hecho de que el proyecto de Madrid era muy bueno. Sin embargo, competíamos con otro rival excelente, Tokio. En la primera fase de las votaciones hubo mala suerte con el empate a 26 votos con Estambul, provocado muy probablemente por razones políticas al margen de la estricta justicia. Pero ya los 42 votos de Tokio anunciaban una diferencia determinante con sus dos competidoras. Por otra parte, la ruptura del empate a favor de Estambul era previsible, ya que los partidarios de Tokio se sintieron impulsados, con espíritu dudosamente olímpico, a enfrentarlo en la votación decisiva con Estambul, la candidatura más débil.
Roto el sueño, es el momento de renovar las ilusiones y fundarlas sobre bases más consistentes. Quizá los que tienen la responsabilidad de conducir al país, y los que tienen la obligación de controlar y criticar las acciones de gobierno, nos den la agradable sorpresa de ponerse de acuerdo para dedicar los ingentes recursos económicos y humanos que se iban a destinar a la olimpiada madrileña a fomentar en nuestra juventud un desarrollo armónico del cuerpo y del espíritu junto con las ideas a las que dedicó su vida el barón de Coubertin, fundador de los Juegos: la paz, la comprensión y la unión de la humanidad.
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