Sublunares

El mayor descubrimiento de los cosmonautas fue la visión de nuestro planeta desde el espacio

Casi dos mil quinientos años separan a Anaxágoras, el filósofo presocrático que fue acusado de impiedad y forzado a exiliarse de Atenas por afirmar que Selene era una mera roca donde se reflejaba la luz de Helios, del alucinante viaje de Armstrong, Aldrin y Collins, pero cuando los valerosos cosmonautas hollaron la superficie de la Luna hacía siglos que los astrónomos modernos habían confirmado que esta, frente a los postulados de la teoría aristotélica, distaba de ser una esfera perfecta. Que de hecho era un satélite y tenía montañas y mares fue el primero de los hallazgos de Galileo, cuyos rudimentarios telescopios cambiaron para siempre la idea que las criaturas sublunares teníamos del universo. Su importancia puede parecer modesta por comparación con todo lo que descubrió él mismo o hemos sabido después, pero basta echar mano de unos prismáticos para experimentar la impresión que debió de recibir el toscano cuando se reveló ante sus ojos, luego de varios intentos infructuosos, el ya familiar paisaje de valles, cráteres y cordilleras. En otro lugar hemos hablado del maravilloso libro de Jules Cashford, recientemente publicado por Atalanta, donde la gran mitóloga inglesa recorrió el imaginario simbólico de la Luna desde las civilizaciones más antiguas, un bello compendio de sabiduría ancestral que ilustra sobre los múltiples significados que nuestros antecesores atribuyeron al astro, vinculado a la Diosa, las divisiones del calendario, los ciclos de la mujer, el don de la fertilidad, la muerte y la resurrección o los arcanos del sueño. Los latinos ya denominaban lunáticos a las personas que padecen episodios periódicos de locura, atribuidos a esa misteriosa acompañante que aparecía y desaparecía en ciclos regulares. La creencia popular sostenía que el ascendiente era más acusado durante el plenilunio, cuando la noche no es del todo noche y los animales noctámbulos, enardecidos por la penumbra, se muestran especialmente excitados. Dicen que la aparición de la vida en la Tierra está ligada al formidable impacto del que surgió la Luna y a las mareas, mucho más acusadas que las actuales, de aquellos tiempos remotos, pues el denominado caldo primigenio se habría formado en las aguas que quedaban estancadas por el reflujo del océano. Mitos y ciencia nos han dejado muchas imágenes imborrables, pero a los hombres que contemplaron lo que uno de ellos llamó la magnífica desolación del paisaje lunar les debemos lo que tal vez fuera su mayor descubrimiento: la visión de nuestro planeta desde el espacio como una hermosa bola azul, caprichosamente veteada de blanco, que flota en lo oscuro como un enigma impenetrable.

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